136 Repertorio Americano. La policía ha citado varias feces a los asaltantes, y viras de genio, talvez; pero como no hay hombre en la solo hoy han venido, dijo Galíndez, casa yo soy viuda y las dos han quedado solteras si. dónde estáp?
así no lo fuesen, talvez sería para peor. Son una anciana y dos mujeres, buena gente al pare usted, maestro Juan ¿qué replica?
cer. Usía perdonará, pero creí que debía seguir el orden. Mentiras y más mentiras. Por qué entonces no acu Ese hombre, siempre con los mismos vendajes sucios dían nunca a la citación que les hizo, hace ya más de una de mugre y de sangre seca, me produce páuseas intesemana, su señoría?
rrumpió Solaguren. IVea como se asoma con sa cara de Hicimos mal declaró la anciana debíamos haber dolor angustioso! Ya ya una semana larga que lo veo en venido. Pero nos daba miedo. Nunca nos viéramos metiigual traza; es posible que de ignorante y sucio se le es. das en nada semejante. Jamás, antes de hoy, hemos pitén podriendo las heridas.
sado la sala de no Juzgado. Vivimos solitas en nuestro No crea, Usía. Lo hace sólo.
rincón. luego. la vergüenza de Emilial Yo quise ve. Digale que entre.
nir, pero me lo impidieron. La pobre chiquilla me decía El hombre de la cabeza rota no se hizo llamar dos veces. que ella, antes preferiría morirse. También los pobres. Usted es el maestro Juan Norambuena?
tienen su delicadeza. Sí, señor juez.
Emilia, humilde cincuentona, encendido el rostro hasta. Llegaron por fin sus demandadas?
parecer que la sangre le iba a brotar, miraba hacia la. Afuera están hace rato.
puerta de salida buscando esconder su confusión; Rosa Hágalas pasar.
palidecía por momentos; sólo la anciana, un tanto tem. Quiere, secretario, leer la demanda?
blorosa, lograba dominarse.
Eptraron en silencio las tres mujeres. Quiere que veamos sus heridas? dijo de improviso. Juan Norambuena, de oficio carpintero, domicilia.
el juez.
do en calle Vargas, sin número, viene en demandar a El carpintero se turbó, pretextando que tenía las ven.
Jesús Alderete y a sus hijas Rosa y Emilia que viven en das pegadas.
Aodes, también sin numero, entre Villasana y la calle. Con un poco de agua. Galíndez ¿quiere mandar que sigue al Popiente, acera porte. Dice Norambuena por una taza de lavatorio?
que, al entregar a las demandadas unas sillas que le ha. Pero, señor, y después. ipsinuó el carpintero.
bían mandado a componer, y cobrar su trabajo, no qui. El juez desea darse cuenta cabal del dafio que usted sieron pagárselo, alegando, falsamente, que él también les recibiera.
debía, y como Norambuepa insistiese en que si no se le De malas ganas, quiso que no quiso, con algunos vi: cancelaba iba a retirar dichos muebles, Jesús Alderete y sajes de dolor al desprenderse la venda inmunda, en par.
sus hijas Rosa y Emilia arremetieron contra él, enarbo tes tiesa y engrosada por la sangre seca, el carpintero fué lando las mismas sillas que acababa de componer, rom. sacándose su envoltorio.
piéndoselas en su propia cabeza. Los golpes le hicieron ma. El secretario en persona trajo un gran lavabo lleno de nar tapta sangre, que quedó, aturdido. Viene por lo tanto agua limpia, y una toalla rota y desflocada al brazo.
a pedir que el Juzgado castigue a la Alderete y sus hijas, Eran tales la mugre y los pegotes, en los cabellos previo pago de las costas de esta querella, y de lo que se oprimidos, que no se veía herida alguna con claridad. le adeuda por su trabajo, suma, esta última, que estima. Lávese primero ordenó el juz Más; más aún!
en treinta y cinco pesos. Firmó a ruego de Juan Noram. Me puede entrar pasmo, sefior!
buena, por no saber hacerlo, Diego Alvarez Lantadilla. Tiene hista barro pegado. Ha oído, señora, la demanda del maestro Noram Si me botaron al suelo.
buena. Por eso mismo, lávese bien. Hablen ustedes, piñas! imploró la señora Alderete, Siempre quedó adherida alguna mugre tenaz.
anciana gibada y temblorosa Hablen ustedes. ver? Inclinese un poco. Dónde lo hirieron? Ape.
Las llamadas piñas, mujeres ya mayores y encane nas tiene unos rasguños. No; que también hay un cos.
cidas, con maptos y trajes degros y viejos, pero limpios trón!
y cuidados, se miraron con inquietud. Maestro Norambuena dijo incorporándose el juez. Lo que dice el maestro. comenzó la mayor. Si usted tuviese más heridas y contusiones, yo no cas. Esta es la Rosa murmuró el secretario.
tigaría a la señora Alderete y sus hijas; no las castigaría. Lo que dice el maestro es una falsedad. El mismo auo cuando el incidente haya ocurrido como usted seala, se había ofrecido gratuitamente a componernos tres sillas y no como ellas dicen. El espectáculo napseabundo que que estaban despegadas. y a las que le faltaban algados durante una semana larga me ha venido dando usted con barrotes. Era conocido de la casa y po iba a pedirnos un su cabeza cubierta con vendas llenas de suciedad y san.
centavo por algo tan poco. El Domingo antepasado, cuan. gre seca, sus gestos por falsos dolores, su constancia en do nos llevó las sillas, serían las opce de la noche, ya es. persistir deseoso de aparente justicia, me ha hecho saber tábamos recogidas. Al principio no quisimos abrirle, que, si la sangre fresca perturba la serenidad y trae vivas porque el maestro Juan suele beber y se pone muy odioso; apsias de pegar el daño, la sapgre seca produce la misma así result6 apdar esa poche. Salio Emilia a abrir, y él al repulsión que los deseos vengativos. verla en camisa quiso sobrepasarse. los gritos de Emi. Señora Jesús agregó dirigiéndose a la ancianalia, yo y mi mamita fuimos a favorecerla. Pero el hombre llévese a sus hijas, y si el maestro Juan las molesta, ven.
estaba cegado y no la soltaba. Con lo primero que pilla ga a hablar conmigo.
mos le dimos por donde caía. Esa es la verdad.
El carpintero quiso decir algo y salió molesto, arras. Así no más fué, señor juez confirmó la anciana. trando sus vendas, La vieja dió en llamarlo suavemente y Así no más fué; y es mucha vergüenza para esta pobre hasta pretendió tomarlo de un brazo.
vieja andar metida en estos pasos, y que luego se comente Maestro Juau, maestro.
lo que han querido hacer con una de sus hijas. iCuidado, sefioral advirtió el juez. Usted ha vi. Somos pobres, sefior, pero vivimos de nuestro tra. vido bastante y tiene el olvido fácil y el arrepentimiento bajo, y nadie, Dadie, tendrá nada que decir de nosotras! inmediato, pero aguarde, al menos, que a él se la caigan exclamó Rosa.
las costras. Sí, señor, como buenas, mis hijas son buevas; todos jos días tengo que darle gracias a Dios por ello. Un poco PEDRO PRADO Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica