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Repertorio Americano Más cer. ca! No oigol respondió el tigre con su robca voz.
El loro se acercó un poco más, y dijo. Rico, té con leche. Más cerca toda via! repitió el tigre.
El pobre loro se acerco aún más, y en ese momento el tigre dió un terrible salto, tan alto como una casa, y alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a matarlo, pero le arrancó todas las piumas del lomo, y la cola entera. No le quedó una sola pluma en la cola. Tomá! rugió el Tigre. Anda a tomar té con leche.
El loro, gritando de dolor y de miedo, se fué volan.
do. Pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola, que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo encontraban, se alejaban asustados de aquel bicho raro.
Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo fué mirarse en el espejo de la cocinera, iPobre Pedrito!
Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo pelado, todo rabón, y temblando de frío. Cómo iba a presentarse en el comedor, con esa figura? Voló entonces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto y que era como una cueva, y se escondió en el fondo, tiritando de frío y de vergüenza.
Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su ausencia. Dónde estará Pedrito. decían. llamabap: iPedrito! iRica papa, Pedrito! iTé con leche, Pedrito!
Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía pada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes, pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar.
Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban siem.
pre del loro, y recordaban también cuánto le gustaba comer pan mojado en té con leche, iPobre Pedrito!
Nunca más lo verían porque había muerto.
Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De noche bajaba a comer, y subía enseguida. De madrugada descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse en el espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las plumas tardaban mucho en crecer.
Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia, sentada a la mesa a la hora del té, vió entrar a Pedrito inuy tranquilo, balanceándose, como si vada hubiera pasado. Todos se querían morir de gusto cuando lo vie.
ron, bien vivo y con lindísimas plumas. Pedrito, lorito! le decían. Qué te pasó, Pedri.
to. Qué plumas brillantes que tiene el lorito!
Pero no sabían que eran plumas puevas, y Pedrito, 10 uy serio, no decía tampoco una palabra. No hacía sino comer pas mojado en té con leche. Pero lo que es ha.
blar, ni una sola palabra.
Por esto, el dueño de casa se sorprendió mucho cuan.
do a la mañana siguiente el loro fué volando a pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos minutos le contó lo que le había pasado: su paseo al Paraguay.
su encuentro con el tigre, y lo demás; y concluía cada cuento, cantando. Ni una pluma en la cola de Pedrito. Ni una pluma! ipi upa pluma! lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.
El dueño de casa, que precisamente iba en ese mo.
mento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderia tener gratis. volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, einprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay, Con.
vinieron en que cuando Pedrito viera al tigre lo distrae.
ría charlando, para que el hombre pudiera acercarse des.
pacito con la escopeta. así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y cbariaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vió de repente debejo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los cjos del tigre.
Entonces el loro se puso a gritar. Lindo día. irica, papa. irico té con leche. querés té con leche. El tigre, epojadísimo al reconocer a aquel loro pelado que él creía haber muerto, y que tenía otra vez liodísi.
mas plumas, juró que esa vez no se le escaparía, y de sus ojos brotaron dos rayos de ira cuando respondió con SU VOZ ronca. Acer. ca. te más! iSoy sor do!
El loro voló a otra rama más próxima, siempre charlando. Rico, pan con leche. ESTÁ AL PIE DE ESTE ÁRBOLI.
Al oir estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugido y se levanto de un salto. Con quién estás hablando? bramó. quién le has dicho que estoy al pie de este árbol. nadie, a nadie! gritó el loro. Buen día, Pe.
drito. La pata, lorito! seguía charlando y saltando de rama en raba, y acercándose. Pero él había dicho: Está al pie del árbol para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien agachado y con la escopeta al hombro. llegó un momento en que el loro no pudo acerarse más, porque si no caſa en la boca del tigre, y entonces grito: Rica, papa. ATENCIÓN. Más cer ca aun rugió el tigre, agachándose para saltar. Rico, té con leche. CUIDADO, VA SALTAR! el tigre salto, en efecto. Dió un enorme salto, que el loro evitó laozándose al mismo tiempo como una fle.
cha al aire. Pero también en ese mismo instante el hombre, que tenía el cafión de la escopeta recostado contra un tronco para hacer bien la punterfa, apretó el gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanzo cada uno, entraron como un rayo en el corazón del tigre, que lanzando un bramido que hizo temblar el monte entero, cayó muerto.
Pero el loro, iqué gritos de alegría daba! Estaba loco de contento, porque se había vengado ly bien venga.
do! del feísimo animal que le había sacado las plumas.
El hombre estaba también muy contento, porque matar a un tigre es cosa difícil, y además tenía la piel para la estufa del comedor.
Cuando llegaron a la casa, todos supieron por qué Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del árbol, y todos lo felicitaron por la hazafia que había hecho.
Vivieron en adelante muy contentos. Pero el loro no se olvidaba de lo que le había hecho el tigre, y todas las tardes, cuando entraba en el comedor para tomar el té, se acercaba siempre a la piel del tigre, tendida delante de la estufa, y lo invitaba a tomar té con leche. Rica, papa. le decía. Querés té con leche. İLa papa para el tigre. todos se morían de risa. Pedrito también.
HORACIO QUIROGA. Cuentos de la Selva. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica