Repertorio Americano 227 Ante el cortejo fúnebre señeras una compensación de la gloria aparente y.
cruel. Tras del carro del César marchaban los hisde Anatole France triones, burlándose de sus victorias. Tras de la pompa de los cortejos, cuya púrpura rozagante se confunde a veces con un rastro de sangre, camina el que sabe (De La Libertad, Madrid)
ver la desnudez de los espiritus bajo la investidura de los nombres.
HICH cude a mi memoria, ante el lejano desfile del cadáver de Anatole France, una dulce tarde de Orilla derecha y orilla izquierda. Para los viajeros París. Había ido a Surennes, a través del Bosque de triviales que divagan por los bulevares y las avenidas sin ver el alma de París, y buscan de noche el Bolonia, en exquisita compañía. Desde allí fuimos a deslumbramiento de las escenas carnales, creyendo Saint Cloud, a divagar por las avenidas silenciosas y decorativas, henchidas de recuerdos, nobles elegias ver el cuerpo de la gran ciudad ginecomorfa, queda del tiempo desvanecido. Las fiestas de antaño dejaen la sombra, invisible, el París de corilla izquierda, ron bajo la floresta su encanto de otoño, y el susupresidido por la venerabilidad de Cluny, la perennidad de la Sorbona, la inmortalidad del Panteón, y, rro de las hojas septembrinas, presintiendo la muerte, sugeria el rumor de las confidencias y de las iniciaalegrado por las arboledas confidentes del Luxemburgo, el rumor musical de la fuente de Médicis.
ciones. El río, serpenteando entre las orillas frondoAnatole France ha sido, en el avance ideal de sas, nos atraía como una insinuación. Ante nosotros, Francia, una «orilla izquierdas, compensadora de la una isleta propicia flotaba, émula de la isla heráldica de Lutecia. Fluctuat, nec mergitur. otraFrancia. Pasan, opuestamente a él, las glorias Embarcamos al pie de las graderías suntuosas, impías y fastuosas. Pasan las dinastías y los camllenas de añoranzas. El vaporcito nos condujo hacia peones. Pasan las leyendas en su carroza de quinto Paris como sobre un ensueño. Los nombres familiaacto. Pero ese hombre, retirado en el jardín de Cánres de las dos orillas sonaban a mi oído como saludido, inscribe en el friso de su puerta la excusa intaciones. Pasaba Sévres con su sugestión de vasos mortal de aquella grandeza deleznable. Sabe distinde ambigua belleza, ofrecidos al perfume pecaminoso guir el pingüino bajo la vestidura del personaje, y escribir, como Rabelais, Swift y Voltaire, su sátira o a la memoria de antiguos ritos sacerdotales. Eran nuevas formas de la urna de Magdalena, oliente a compensadora, no con el restallar de una carcajada nardo y a cinamomo, inefable rescate de sensualidad, sarcástica, sino con la gracia elegante de una sontransubstanciación de una copa orgíaca en cáliz lleno risa de perdón. Pero también sabe aparecer en la plaza y lanzar su grito por la justicia da: su fe, de lágrimas expiatorias, o copiaban todavía el jarrón «a pesar de todo, en la futura liberación humana.
de las favoritas, que sólo pudo purificar un dia la Humanidad, por encima de la ceguera patriòtica.
sangre de las jornadas terribles?
Pasaba nuestro barco entre las dos orillas. Desde Mas ¿no será eso precisamente el supremo patriolas alturas de Passy parecía asomarse sobre nosotros tismo, que ofrece a la patria el rescate mismo de los el Paris multiforme que han creado para todo lector excesos cometidos en su nombre y la rebautiza de humanidad. Dónde está la mayor grandeza de un los ciclos novelescos. cuando la gran ciudad apareció de lleno ante la pequeña proa, ofreciéndonos pais. En la victoria de los campamentos o en la gracia con que supo hacérsela perdonar. En lo que como arcos triunfales las curvas innúmeras de los le aparta de los demás pueblos como un desafío o puentes, el peso glorioso de la historia de París deslumbró nuestra meditación. Sobre nosotros se cernia en lo que le impone a los demás pueblos por irresistible admiración?
un bello crepúsculo. Un celaje purpúreo se extinguia allá lejos, en la dulzura de la hora contemplativa. El ¿Alcanzáis a ver, en un rincón doméstico de AleCampo de Marte parecía levantar las alturas monumania, un obscuro ciudadano que acaba de encender mentales, tan diversas, que lo limitan; hacia aca, el su lámpara y se dispone a leer. Qué libro ha abierto sobre su mesa? Es un libro de Anatole France. En Trocadero y la torrre Eiffel, esperando nuevos desbordamientos de vida y ansias babélicas; hacia allá, ese gesto late una honda y pura reconciliación; he aqui la gran toria de Francia, que parece implolos Inválidos, tumba del Aguila. Después, hasta llegar al Châtelet, jalonado por la torre de San Jaime, y a rar el perdón de la otra victoria.
En el Panteón ideal de toda metrópoli digna de la bifurcación que abraza la Cité y la Isla de San Luis, coronadas por Notre Dame, el pensamiento se serlo dormirá junto al héroe que opuso su pecho como abruma bajo los recuerdos: el Louvre y el solar de un muro, y junto al poeta que cantó y transfiguró ese las Tullerías nos daban la sugestión de una rivalidad esfuerzo, el hombre que supo llevar más allá de las histórica con el Hotel de Ville, y a la opuesta orilla, fronteras la fecundidad del espíritu nacional, y cunlas torres de la Conserjería se nos antojaban la metinuar la estirpe de los grandes compensadores corimoria del terrible rescate que en ella tuvo la gloria Ila izquierda del gran río.
de los viejos palacios y la memoria trágica de los balcones del Louvre.
Pero como avanzábamos entre las dos mitades de Alma mía. Por qué piensas doloridamente en los Paris. rive droite» y «rive gauche, entonces inver pueblos sin corilla izquierda. donde, cuales las personalidades compensadoras, buscan y no encuentran tidas para nosotros porque marchábamos en sentido opuesto a la corriente de las aguas, se me ocurría jamás la ciudad gemela, la ciudad que haga perdonar con una sonrisa las locuras de la otra? Paseantes sopensar. No habrá también dos orillas en la marcha histórica de esta gran ciudad madre, dos pechos ofrelitarios de orilla izquierda en un páramo sin consolación.
cidos a la nutrición adversa de los hermanos enemigos? Por modo misterioso debe haber en las urbes GABRIEL ALOMAR Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica