Repertorio Americano 315 LA EDAD DE ORO 24. La burra Coja.
25. Emerson deja su ministerio sacerdotal Había una vez tres vecinos: un hombre acomodado que traſcaba con dos recuas de mulas; un pobre que poseía por todo haber una barra coja, y otro más miserable que pada tenía.
El dueño de la barra era empeñoso. fuerza de curar todos los días la pata enferma del animal, alivio tanto su cojera, que pode cargar en la bestia un costal de trigo. Así reanudó su trabajo y algo ganaba, aunque debía marchar a pie, prefiriendo el flete a su comodidad.
Esto motivaba comentarios sarcásticos del vecino mise.
rable, quien reía de la burra coja y de la avaricia de su dueño; pero, de cuando en cuando, y por más que esto mortificara grandemente su orgullo, la necesidad obliga.
balo a compartir de la mísera ganancia que el otro ofrecía generosa y discretamente.
Sólo cuando el convidado lanzaba amargos reproches contra el propietario de las mulas cuya riqueza parecíale inicua porque no era suya también, el dueño de la burra decíale con calma. Mejor sería que procurara hacerse usted de una bestia, y que nos asociáramos para trabajar, primero, sin perjuicio de protestar después contra las desigualdades de la fortuna, poco equitativas en efecto.
Pero el otro hallaba mejor su amarga crítica contra los dos: uno por pobre y otro por rico; y pasábase los días opinando sobre lo que ambos debfan hacer, sin hacer él mismo nada entretanto.
Al cabo de un tiempo la burra coja curó, merced a la solicitud de su duefio: con lo que éste pudo cargar en ella un costal doble, y aliviar su propia fatiga, montando a las ancas de trecho en trecho. todavía, al año, pario un lindo pollino que así duplicaba el haber del pobre empeñoso. Todo lo cual motivó que el vecino acaudalado lo tomara como capataz de sus rectas.
No dejó el otro de condenar severamente aquella ac.
titud con la cual el rico explotaba al pobre, mientras el pobre se entregaba rendido al rico; sin cejar en ella, por cierto, ni cuando el amigo generoso, que empezaba a prosperar, le regaló la burra y el aspillo. Pues se apre.
suró a vender los dos animales por desdén, juzgando despreciable el obsequio. el filósofo, dirigiéndose a sus discípulos, añadió. Así seáis con vuestra conciencia, como el dueño de la burra coja. Que atendiéndola con solicitud corregiréis sus defectos y un día os dará multiplicio. Pero no hagáis don de ello al que nada cuida, porque lo dilapidará sin comprender. No os ocupéis de la moral ajeda, que con ello po mejoraréis la propia, así como cortando las orejas a todos los jumentos del mundo, no alcapzaréis a formar ni siquiera una burra coja. Cada cual tiene su pollina defectuosa que debe cuidar; pero si en vez de esto, echa su tiempo en comentar los defectos de las ajenas, la igualará con ellas en el mal, que es la política de los Decios. Aquí, en efecto, está la explicación de los malos gobiernos. En toda mala acción del gobernante, habéis de ver la pata de una burra coja. Porque la cojera impide el buen andar, pero no la coz.
Cuando llegó para él. para quién no. la hora de la duda; cuando en un recodo de la senda, hasta entonces llana, descubrió escabrosidades que no sospechaba y más de un camino para llegar al fin no bien percibido, el alto no tuvo que ser duradero, ni la consulta prolongada; juzgó ugo mejor, y lo siguió sin vacilar, aunque cambiando de dirección. Los que lo acompañaban hasta allí, lo dejaron ir y lo siguieron acompañando con su respeto.
Ni concebía, ni era fácil concibiera; al hombre digno sin la sinceridad en la palabra y en la acción. Por eso ha dicho y enseñado de un modo tan enérgico. Di lo que piensas hoy con palabra segura, y dí mañana, con igual seguridad, lo que pienses mañana, aunque contradiga todo lo que has dicho hoy. Cuando llegó el momento, Emerson declaró su contradicción y la demostró con sus acciones. Merece que recordemos ei caso.
Ejercía su ministerio, querido y respetado por todos aquellos a quienes edificaba con la palabra y el ejemplo; pero su espíritu continuaba su poderosa evolución, y pronto descubrió que negaba su asentimiento a algupas de las prácticas más antiguas y de los ritos más significativos de su iglesia. Procuro con prudencia y deci.
sión su reforma, pero fué en vano: sus cosectarios perma.
necieron apegados a lo estatuído. Los convocó entonces, les expuso en términos sencillos y elocuentes su disenti.
miento, se despidió de ellos con ternura y dejó el ministerio. En mis funciones de ministro cristiano les dijoes mi deseo no hacer nada que no pueda hacer de todo corazón. Con deciros esto, os lo he dicho todo. Palabras admirables que nos descubren al hombre y nos pintan todo un estado de civilización.
ENRIQUE José VARONA. Violetas y Ortigas. Del casayo titulado Emerson. 26. El florero de las dos Washington En una colección que conmemora los hombres y los sucesos de la revolución venezolada, no podía faltar el busto de Washington al lado del Sello de armas de la antigua Colombia.
Hace poco que la excelente familia Sevillado nos re.
galb un rico florero de porcelana francesa que mide 39 centímetros de altura por 19 de ancho. Es una obra artística de notable belleza, trabajo de porcelana, de estilo griego, graciosamente exornado. En una de las caras, sobre fondo de esmalte azul, figura el escudo de armas de Colombia bellamente dibajado y dorado, y en la otra, sobre fondo claro oscuro, sobresale una espléndida mi: niatura de Washington, que mide 11 centímetros de altura por de ancho. En la garganta del florero y en la cara donde está Washington, leemos en una faja dorada el siguiente terceto, cayo aator ignoramos: LEOPOLDO LUGONES. 1) La Iglesia Unitaria, eo la 906 se edacó Emerson, en la que prodicó. oseb. Fllosoficula. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica