Repertorio Americano 269 LA EDAD DE ORO 14. La leyenda del rico Un ricachón se moría. Durante toda su vida, había sido ayaro y duro de corazón.
Cuando le echaban en cara su avaricia, contestaba: miLa plata lo es todo! ahora, que se le acercaba la muerte, se decía. Allá arriba el dinero será, do cabe duda, tan pece.
sario como aquí abajo. Preciso es que haga acopio de él para que no me falte. Llamó a sus hijos y se despidió de ellos, recomendán.
doles que le pusieran en el ataúd un saco de plata. No seais tacaños, añadió; poned también monedas de oro. Qué desgracia! penso. Qué quiere decir esto? Ellos no admiten más que copeks! iHabráse visto cosa más rara! Va a ser preciso cambiar.
Olvidándose de que estaba mierto, corrió a casa de sus hijos y les habló en sueños. Quedaos con el oro que me habéis dado. No lo ne.
cesito. Sustituidlo con copeks, si no, estoy perdido.
Al día siguiente, los hijos, llenos de miedo, cumplieron la orden de su padre. Ya estoy provisto de copeks. exclamó el ricacho con voz de triunfo, epcamipándose hacia la cantina.
iDenme de comer, porque tengo un. hambre atroz. Aquí se paga adelantado. le repitió secamente el cantipero. Ahí tienes. exclamó el rico, ofreciéndole un pu.
ñado de copeks nuevos y bien sopantes. Pero hazme el favor de servirme!
El cantinero miró las piezas y se echó a reir. Veo, dijo, que no has aprendido gran cosa allá en la tierra. No admitimos los copeks que te pertenecen, sino los que fueron dados al prójimo. Nunca has dado limosna a un pobre, socorrido a un miserable?
El rico bajó los ojos, y se puso a recapacitar.
Nunca había socorrido a nadie.
Entonces los dos gañanes de la víspera lo echaron de la cantina. Contada por TOLSTOI. PERSKY; Tolstoi intime. 15. En el cuarto oscuro Aquella noche se murió.
Cumplieron sus hijos sus últimas disposiciones y co.
locaron en la sepultura unos cuantos miles de rublos en oro.
Ya enterrado, cuando llegó al otro mundo tuvo que someterse a toda especie de formalidades. Lo interroga.
ron, comprobaron la exactitud de sus palabras, en fin, no lo dejaron en paz en todo el día.
Allá arriba, como en todas partes, hay juzgados, agencias de policía y alcaldías.
Esperó con impaciencia que llegara la poche: tenía hambre y le atormentaba la sed hasta el punto de pare.
cerle que le ardía la garganta y que la lengua se le pe.
gaba al paladar. Estoy perdido. se dijo.
De pronto, vió una cantida bien provista de viandas y de botellas, como las de las grandes estaciones. Allí habla de todo: antepastos y licores. Algo hervía sobre una hornilla, Por lo visto, pensó, no me equivoqué al creer que aquí sucedía lo mismo que en la tierra. iQué sensata pre.
caución he tenido trayendo dinero! hora podré comer y beber lo que me plazca. Muy satisfecho, alzó en peso su saco de oro y se acercó a la cantina. cómo son. preguntó tímidamente, sefalando.
las sardipas. copekl, le contestó el cantinero. No es caro, dijo el rico. Quizás se haya equivo.
cado. Le preguntaré el precio de otra cosa. esto. dijo señalando unos pastelillos calientes y apetitosos. copek también. le contesto sonriendo el canti.
pero.
El asombro del rico lo divertía. Pues bien. dame diez sardinas y cinco pastelillos, si me haces el favor. quizá también. paseó la mirada con avidez por los tentadores pla.
tos, apresurándose a escoger.
El cantinero le oía, pero no le servía. Aquí se paga adelantado. dijo secamente. Con mucho gusto. Ahí va el dinero, y le dió una moneda de oro de cinco rublos.
El cantinero miro y remirá la moneda entre sus dedos.
Los copeks que yo necesito no son de éstos, le dijo devolviéndosela. llamando a dos robustos mocetones, dispuso que echaran de la cantina al rico.
Este se sintió muy triste y humillado.
Era el caso que al volver mi padre al pueblo se enteraba de mis fechorías y de las de mi hermano, y nos cag.
tigaba, cada vez más duramente, pensando corregirnos así de nuestras diabluras. Asistíamos a la escuela a regafiadientes y allí tratábamos también de sustituir nuestras diversiones por otras dentro de la misma clase. Yo por mi parte no olvidaba mis aficiones de dibujante.
En vez del paisaje me dediqué a la caricatura. Corrían mis dibujos de mano en mano, alborotando a los mucha.
chos, y por si esto no fuera bastante, charlaba y epre.
daba continuamente. Disgustado el maestro, más de una vez me encerró en el cuarto oscuro, habitación casi subterránea, plagada de ratones, a la que los chicos tenían mucho miedo y que a mí me agradaba por su soledad y recogimiento y porque en ella podía entregarme a todas mis fantasías.
Allí, sin más luz que la pasaba a través de las grietas de un ventado desvencijado, tuve la suerte de hacer un descubrimiento físico estupendo que; gracias a mi igbo.
rancia, supuse completamente puevo. Me refiero a la cámara oscura, cuyo verdadero descubridor fué Leonardo de Vinci, que murió a principios del siglo XVI.
La ventana de mi prisión daba a la plaza bañada en sol y llena de gente. No sabiendo qué hacer se me ocu.
rrió mirar al techo y noté con sorpresa que un tenue rayo de sol proyectaba cabeza abajo y con sus propios colores las personas y caballerías que andaban por la plaza. Ensanché el agujero y reparé que las fiuras seg Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica