84 Repertorio Americano Página lírica de José Eustasio Rivera Un guadual que rumora mientras duerme el plantío; y en la madre del cance soñoliento y salvaje, Bolitaria en un tronco donde el tumbo hace encaje, una garza que sueña con las ondas del río.
En sus plumas de raso se abrillanta el rocío; y después, cuando escruta, maliciosa, el paraje, alargando su cuello sobre el límpido oleaje, clava, inquieta, los ojos en el fondo sombrío.
Es un pez Dacarino que irisándose juega en la diáfana linfa del remanso callado; la enemiga asechante los plumones despliega, con asalto certero del cristal lo arrebata, y alza el vuelo llevándose en el pico rosado an estuche de carne guarnecido de plata.
Hacer una selección de estos brillantes sonetos. es colocarse en difícil situación: entáblase una lucha abierta y sin cuartal entre la emoción de belleza, que lo encuentra todo bello, y el propósito, que exige un extracto apenas. Decidido a eludir el conflicto, he entresacado ejemplos de las que me han parecido líneas fundamentales del volumen; la descripción del paisaje y de la escena tórridos, la sensación de infinito experimentada en medio de la Daturaleza exhuberante.
Apasionado y fuerte, lejos de sensitivo, José Eustasio Rivera es, en sí mismo, sensual e inteligente. Henchido de virilidad y de «sangre morenas, todo cuanto en el Trópico es vigor pleno resuena en su lira robusta: la indiana de senos florecidos; el toro, vencedor de leones y rey de las llanuras, manso y amoroso, vencido de pasión por las vacadas; la selva que agita al viento sus ramajes como melena gigante; el flechazo del indio desnudo que vence al tigre fiero desde la maleza; la tranquila piragua que re.
monta el salvaje torrente, al claror de la luna y a compás del bambuco; o bien el águila, y el cabrón maromero en la punta del pelasco sobre el abismo, y la garza, y la grulla que aflige con sus remos la inmensidad sombría. De modo que el romanticismo bay otra palabra. de Rivera todo noble apasionado es romántico al contemplar el cielo inmenso y sentir apsias de cos.
mos y de infinito, abstiénese de las concepciones trascendentes y se cifle al vigoroso engarce de los razonamientos meramente intelectivos, en un triunfo de concisión y de claridad y de hondo lirismo.
Este criterio de la selección, pues, justificará las inevitables omisiones: aspira a satisfacer los plausibles deseos del Editor del REPERTORIO concretándose a presentar los derroteros esenciales de la personalidad de José Eustasio Rivera, El poeta canta a su América, menos epropeizado en sus maneras y más familiarizado con la naturaleza que Chocano; independiente, pues, de la in.
fluencia de este maestro. Todo en él me ha parecido nuevo sin que acierte a encontrar un detalle que denuncie esa novedad: estos versos de Rasch Isla me parecen, sin embargo, de un acierto profundo: Por saciar los ardores de mi sangre liviana y alegrar la penumbra del vetusto caney, un indio malicioso me ha traído una indiana de senos florecidos, que se llama Riguey.
Sueltan sas despudeces ondas de mejorana; siempre el rostro me oculta por atávica ley, y al sentir mis caricias apremiantes, se afana en clavarme las ufias de rosado carey.
Hace luna. La fuente habla del himedeo.
La indiecita solloza, presa de mi deseo, y los hombros me muerde con salvaje crueldad.
Pobre. Ya me agasaja! Es mi lecho un andamio, mas la brisa y la noche cantan mi epitalamio y la montaña puber huele a virginidad!
Pero condor o cumbre, gruta, linfa o abismo, perdura en tu labrado verso magnificente la inconfondible norma de ser siempre tú mismo.
En la tórrida playa, sangainario y astoto mueve un tigre el espanto de sus garras de acero: ya venció la jauría pertinaz, y al arquero reta con un gruñido enigmático y bruto.
Manchas de oro, vivaces entre manchas de lato, en su felpa ondulante dan un brillo ligero; magnetiza las frondas con el ojo hechicero, y su cola es más ágil y su ijar más enjuto.
Esta noche el paisaje soñador se piquela con la blanda caricia de la lumbre lunar; en el monte hay cocuyos, y mi balsa, que riela, va borrando luceros sobre el agua estelar.
Tras las verdes palmichas, distendiendo su brazo, templa el indio desnudo la vibrante correa, y se quejan las brisas al pasar el flechazo.
El fogón de la prora con su alegre candela me enciende en oro trémulo como a un dios tutelar; y unos indios desnudos, con curiosa cautela, van corriendo en la playa para verme pasar.
Ruge el tigre arrastrando las sangrientas entrañas, y agoniza. al verlo que yacente se orea, baja el sol, como un buitre, por las altas montañas!
15 Apoyado en el remo, avizoro el vacío y la luna prolonga mi silueta en el río; me contemplan los cielos, y del agua al rumor, Sordo vuelo de abejas resplandece en la copa del follaje, agobiado por el boa sombrío; y meciendo las ramas, con procaz vocerío se desbandan los monos en elástica tropa.
alzo tristes cantares en la noche perpleja; y a la voz del bambuco que en la sombra se aleja, la montaña responde con un vago clamor.
De la fértil mimbrera que los dindes arropa gruesos gajos desgránanse cual sonoro rocío; y en su busca, saliendo de las quiebras del río, grubidora manada por la selva galopa. 1) Tierra de Promisión, Vol. Bogotá, 1931 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica