Repertorio Americano 213 LA EDAD DE ORO Elogio de la pobreza.
La misericordia es muy callada, la compasión muy discreta, la caridad muy modesta: al cielo subimos sin ruido, porque la escalera de luz no suena, JUAN MONTALVO (Capitulos que se le olvidaron e Cervantes. Cultivo una rosa blanca.
Cultivo una rosa blanca, en julio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca. para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo pi oruga cultivo: cultivo la rosa blanca.
JOSÉ MARTÍ (Verros sencillos) El cardo. Pero no hay manjar como la buena disposición, y el hambre adereza maravillosamente hasta las cosas bu.
mildes: ella es la mejor cocinera del mundo; todo lo da lampreado y a poquísima costa. Dichosos los pobres si tienen qué comer, porque comen con hambre. La salud y el trabajo tienden la mesa, bien como la conciencia limpia y la tranquilidad hacen la cama: el hombre de bien, trabajador, se sienta a la una, se acuesta en la otra, y come y duerme de manera de causar envidia a los potentados. La pobreza tiene privilegios que la riqueza comprara a toda costa si los pudiera comprar; mientras que la riqueza padece incomodidades contra las cuales pada pueden opzas de oro. Cuánto no daría un magnate por un buen estómago? El pobre punca lo tiene malo, por que la escasez y moderación le sirven de tónico, y el pan que Dios le da es sencillo, fácil de digerir, como el mapá del desierto. El rico cierne la tierra, se va al fondo del mar, rompe los aires en demanda de los comestibles raros y valiosos con que se emponzoñia lentamente para morir en un martirio, quejándose de Dios: el pobre tiepe a la mano el sustento, con las suyas lo ha sembrado enfrente de su choza, y una mata le sobra para un día. El faisán, la perdiz son necesidades para el opulento, hijo de la gula; al pobre, como al filósofo, no le atormentan deseos de cosas exquisitas. Más alegre y satisfecho sale el uso de su merienda parca y bien ganada, que el otro andan.
do a penas, henchido de viandas gordas y vaporosos jugos. El uno come legumbres, el otro mariscos suculen tos, producciones admirables del Océano: el uno se con.
tenta con el agua, licor de la naturaleza; el otro apura añejos vinos; y en resumidas cuentas, el que no tiene sido lo necesario viene a ser de mejor condición que el que pada en lo superfluo. Hay algo más embarazoso, fastidioso, peligroso que lo superfluo? Donde la necesidad y la comodidad se dan la mano, allí está la felicidad, y de esa combinación no nacen ni el hastío ni el orgullo; otra ventaja. Soberbia, malestar, desabrimiento, de la riqueza provienen, cuando do es bien empleada; que cuaodo sirve de báculo de la senectud, vestido de la des.
Dudez, pan de la indigencia, la riqueza es fuente de gra.
tas sensaciones, y por sus méritos a ella le toca el cetro del mundo. Pero dónde están los ricos ocupados en el bien de sus semejantes? Son de especie superior, creído lo tienen, y su corazón, bronco por la mayor parte, no suele abrigar los afectos suaves, puros, que vuelven la inocencia al hombre, le poetizan y elevan hasta los án.
geles, sus hermanos. El Señor promete el reino de los cielos a los pobres; de los ricos, dice ser muy difícil que atines con sus puertas. Si, pues, los ricos tienen esta dig.
cultad, no son los más bien librados; aunque pueden redi.
mirse con sus caudales, empleándolos en dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al despudo, siempre de corazón, sin prevalecer por la soberbia. El silencio es el reino de la caridad, abismo luminoso don.
de no ve sipo Dios; si alquilas las campanas para llamar a los pobres y dar limosna a mediodía en la puerta de la iglesia pregonando tu nombre, eres de los réprobos.
Una vez un lirio de jardín (de jardin de rico) pre.
guntaba a las demás flores po: Cristo. Su dueño, pasan.
do, lo había nombrado al alabar su for recién abierta.
Una rosa de Sarón, de viva púrpura, contestó. No le conozco. Tal vez sea un rústico, pues yo he visto a todos los príncipes. Tampoco lo he visto nunca agregó un jazmín mepudo y fragante y ningúo espíritu delicado deja de aspirar mis pequeñas flores. Tampoco yo añadió todavía la camelia fría e im.
pasible. Será un patán: yo he estado en el pecho de los hombres y las mujeres hermosas.
Replicó el lirio. No se me parecería si lo fuera, y mi dueño lo ha recordado al mirarme esta mañana, Entonces la violeta dijo. Uno de nosotros hay que sin duda lo ha visto: es nuestro pobre hermano el cardo. Vive a la orilla del camino, conoce a cuantos pasan, y a todos saluda con su cabeza cubierta de ceniza. Aunque humillado por el polvo, es dulce, como que da una flor de mi matiz. Has dicho una verdad. contestó el lirio. Sin duda, el cardo conoce a Cristo; pero te has equivocado al llamarlo nuestro. Tiene espinas y es feo como un malhechor. Lo es también, pues se queda con la lana de los corderillos, cuando pasan los rebaños.
Pero, dulcificando hipócritamente la voz, grito, vuelto al camino. Hermano cardo, pobrecito hermano puestro, el lirio te pregunta si conoces a Cristo. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica