Repertorio Americano 175 Romance de adioses Sofiaba que podía llegar basta tu huerto, salvando los caminos del último recuerdo.
Bordear los muros altos que cercan tu vivienda, burlar a tus lacayos, llegar a tu opulencia, sentimental y pobre como cualquier trovero. abriendo la mohosa puerta de tu aposento pagar con una rosa al viejo jardinero que quiso que en las sendas del claustro de tu encierro se posen las pisadas del último trovero.
Los pámpanos del bosque, los lauros de la umbría, estaban desde hace años para la frente pálida de mi melancolía, y cuando en la locura de esos viejos saraos quise hallar la dulzura de los pobientes claros, llegar hasta ta encierro burlando a tus lacayos y luego, irnos al campo para tejer idilios hollando en las praderas las flores de los tilos, haciendo primaveras las sombras del retiro.
de tu jardín de antaño fugaron las alondras.
dejé mis juventudes en devanar las horas y me engañó en un claro del bosque de las hadas la espuma que deshace el alina de las agua.
Sabía el jardinero los sueños que alentabas.
Tu señorial encierro soñaba noches claras. cuando en la lontana tristeza del sendero perdíanse tus ojos tras la luna de Enero, no era al galán extraño dueño de los bohíos al que espero tu anbelo dorando los Estíos.
El viejo jardinero que hizo crecer las rosas y de cortar los lirios y acariciar las malvas tenía el pobrecillo las manos olorosas, desherbar los prados se trajo los otoños y fueron marchitándose caducas, sus raíces, de tanto ver retofios.
El vió como una tarde tus manos de plegaria buscaban en el Kempis la queja solitaria y luego, conmovida, dejando los rituales, triunfaba en ti mi vida: mis viejos madrigales entre las amarillas hojas del libro de horas se abrían a tus dulces pupilas soñadoras.
Busqué complicidades: Burgio tu jardinero.
Soñé que aquel abría las puertas de tu encierro.
y es que sus ojos claros colmados del cansancio de tantos derroteros, sabían como amaban las dulces niñas pálidas al sol de los troveros.
Quedaron tus lacayos por custodiar los muros de tu jardin de encanto.
De aquel lejapo estío ya no resto ni un canto.
Los canes del hastío mordieron mi quebranto.
La anciana leñadora que con ramas de acanto vá quemando la hora de tu final romántico me dijo tristemente con su voz de dolora: Pero al dejar la casa triste del Exilado y al emprender la marcha con rumbo al Eldorado oí las argentinas voces de alguna Feria: burbujas cristalinas que doran la miseria. al fondo de un palacio que engaña los hastíos ví con locura extrafia fugando los estíog en saltos de champaña.
Era la Primavera que trae golondrinas y dá su abrazo ardiente: brazos de enredaderas con que une a las encidas; mirabas aquella hora mis perdidas erranzas y con hilos de aurora hilabas, aguardándome en rueca de esperanzas.
Pero el invierno vino matando a los Estíos y un día, a tu camino llegó el galán de antaño dueño de los bohíos y con piadoso engaño borró en tus ojos tristes el sueño de los míos. tu raeca: Tegoro Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional. Costa Rica