44 Repertorio Americano LA EDAD DE ORO 48. Los restos de Bolívar llegan a Caracas.
Fué una tarde, 16 de diciembre de 1842. Los últimos rayos del sol en Occidente se reflejaban sobre la S:lla del Avila cuando el tañido de todas las campanas anunció a la ciudad que los restos del Grande Hombre entraban al suelo natal. Miles de almas llenaban las avenidas Sur y Norte, la plaza del Panteón y la prolongada calle que se extiende hasta el templo de la Pastora. Banderas, orifla.
mas, pendones enlutados, trofeos de guerra, pebeteros, se levantaban en toda la carrera por donde debía pasar el fúnebre cortejo. Aquella población flotante iba y venía como dominada por un sentimiento extraño: pero cuando el cañón anunció a la población que los despojos del Libertador habían pasado la antigua puerta de la ciudad, lágrimas silenciosas brotaron de todos los ojos, y en actitud imponente todas las cabezas se inclinaron a pro.
porción que pasaban los restos mortales del mártir de Santa Marta.
Un arco colosal, frente a las ruinas de Humboldt, teniendo los nombres de cien batallas y de los compafie.
ros de Bolívar, dominaba la carrera de la procesión que iba a efectuarse en el siguiente día. Más atrás del arco se destacaban las ruinas del templo de la Trinidad, que para aquel entonces estaban pobladas de arbastos y de huesos, restos de las víctimas de 1812. Bolívar debía en esta noche reposar en frente de la casa de Humboldt, en la modesta ermita que servía de templo hacía algunos años. Cuando desapareció el sol ya el Libertador estaba en su capilla ardiente, acompañado de sus veteranos. Quién podrá describir las impresiones de aquella poche transitoria, precursora de un gran día, y ese estado del alma, en que el sueño huye, porque el corazón presiente. Al amanecer del 17, los primeros rayos del sol fueron saludados por el toque de los clarines, por la música marcial, y la población en las calles, en las ventanas, en los escombros, en las azoteas, vió desfilar y acompañó a Bolívar muerto.
del corazón que suena como si fuera el mar, sentían un deseo supremo de llorar, como por la lluvia, todo era interrumpido, se bañaban las cosas en un color de olvido. vagaban las mentes en un ocio divino, muy propicio a los cuentos de Simbad el Marino.
Las lluvias de mi tierra me enseñaron lecciones.
con Ali Baba, pagan los cuarenta ladrones. cantaban mis sueños en la noche lluviosa: İLámpara de Aladino, lámpara milagrosa! al caer de la lluvia, la criada más antigua desgranaba sus cuentos en una forma ambigua.
Otro de los milagros que en la lluvia, yo canto, es, que al caer sus liofas, se pone un nuevo manto mi ciudad que al lavarse. yo pienso en una de esas austeras e impecables ciudades holandesas: Una ciudad lavada, sin polvo, nuevecita, donde reza el aseo su plegaria bendita.
Como, pulvére procul se lee en los pergaminos de un poble de otros tiempos, por todos los caminos, cuando pasan las lluvias, se alegra y se extasía, lejos, lejos del polvo, la profunda alegría: La de andar sin pecado, por silencios de amor, como un dulce ojo de agua de inocente rumor.
Si se libra el camino del polvo su pecadose vuelve como el sapto de Asís, enamorado de todas las criaturas, de todas las criaturas, y a todas les ofrece sus blancas aventuras.
Son todos los caminos como flor de aventura para el dulce Quijote de la Triste Figura. PALLAIS, Pbro. Caminos. Treinta y cuatro años han pasado, y Bolívar, después de haber permanecido durante este lapso de tiempo en la tumba de sus antepasados, ha vuelto de nuevo, 28 de octubre de 1876, al sitio donde reposó la noche del 16 de diciembre de 1842. Ha vuelto, no a la capilla mortuoria que ha desaparecido, sino al Panteón Nacional que ha substituído al antiguo templo de la Trioidad. En este recioto todos los muertos están ocultos, sólo Bolívar está visible presidiendo este osario histórico donde reposan sus compañeros de gloria.
ARISTIDES ROJAS (J. Machado: Siete er.
tudios de Aristides Rajas. 49. Los caminos después de las lluvias Desde que era muy nifio, saltaba de alegría, cuando la fresca lluvia de los cielos caſa. 50. Coloquio entre Solón y Creso Como la corte de Sardes se hallabe después de tantas conquistas en la mayor opulencia y esplendor, todos los varones sabios que a la sazón vivían en Grecia empren.
dían sus viajes para visitarla en el tiempo que más conve.
día a cada uno. Entre todos ellos, el más célebre fué el ateniense Solón; el cual, después de haber compuesto un código de leyes por orden de sus ciudadanos, so color de navegar y recorrer diversos países, se assento de su patria por diez años; pero en realidad fué por do tener que abro.
gar ninguna ley de las que dejaba establecidas, puesto que los atenianses, obligados con los más solemoes jura.
mentos a la observancia de todas las que les había dado Solón, no se consideraban en estado de poder revocar pingona por sí mismos.
Chorros de los tejados, vuestro rumor tenía el divino silencio de la melancolía.
Los nifios con las manos tapaban sus oídos, yoyendo con asombro los profundos sonidos Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica