40 Repertorio Americano sus enemigos, que enojados, llamaron a sus evasivas, veleidades de Zenea.
El fiscal de su causa le sugirió sinceraciones secretas al Capitán General, con el fin de que destruyese ese mal efecto, y una carta suya a éste, producto de una debilidad desdichada, vino a echar la única sombra sobre su lím.
pida conducta. Pero pi esto influyó en su favor. El Ca.
pitán Genaral leyó el escrito que Zenea enviara a base de secreto, y trazo estas palabras al dorso: Devuélvase al Fis.
cal y añadase a la causa. Sólo quedan a algunos días de vida al desdichado reo.
Sigámoslo en el exódo hasta que emprenda el viaje al infinito.
Durante el tiempo de ser encarcelamiento su más grande dolor había sido la completa inacción. Privado de la palabra, la escritura y la lectura, pasaba el tiempo dolientemente, con la cabeza doblada sobre el pecho, sumergido en quién sabe cuáo sombríos pensamientos.
Cuando, en visita especial al castillo, su gobernador, alguna vez se detuvo en la puerta de sa bartolina, sólo se le oía exclamar con acento lastimero. Un libro, señor. Señor, un libro. En aquellos calabozos de La Cabaña, alojamiento de paredes macizas, de piedra y suelo húmedo de ladrillo, con una sola abertura lateral, enrejada, al lado de los fosos, formados por los altos muros del castillo, por donde, si la luz entraba a raudales, jamás se dejaba ver un pedazo azul del cielo, el tiempo era el más adicto cóm.
plice de sus enemigos.
Nada contribuía a aliviar sus horas de angustia y de enfermedad. consecuencia de la jornada, a pie, desde el lugar donde fué hecho prisionero, hasta Nuevitas, le salieron pertinaces llagas en las piernas, para cuya dolen.
cia pidió médico, en vano, distintas ocasiones, sin que se le concediera, so pretexto de interrumpir la incomunica.
ción. Solo la poesía, en horas propicias, vido a consolarlo.
Así escribió algunas composiciones, verdaderas flores de tumba, con que tejió su corona de mártir.
Estas, conservadas en la memoria, fueron escritas en unas escasas cuartillas, que nadie ha podido saber como obtuvo, con una letra microscópica, temeroso de que no le alcanzara el papel.
Así, con un pedazo de carbón, o con la punta de ins.
trumento duro, alfiler o cuchilla, grabó todas las paredes de su calabozo con un nombre de mujer. Piedad! iPie.
dad! Piedad! con obstinación perpetua. IEra el nom.
bre de su hija!
Todas estas poesías que llegan a diez y siete, están consagradas a captar nostalgias y recuerdos de su corta y amada familia: su mujer y su pifia, con la sola excep. ción de una, en que otra musa más risueña vido a visi.
tarlo y recuerda amores de su juventud.
Repasemos el Diario de un Mártir, desde aquella rima plafidera por donde comienza. Fué juego de la pasión!
Sa lecho. Qué desvarío!
Torturadora ilusión!
Si no hay más lecho que el mío en esta oscura prisión.
Zenea había entrado el doce de enero en presidio. El quince era aniversario de su matrimonio, y escribe. Ah, cuántas veces, una vida entera, al llegar este día, despertaba mi hermosa compañera sonriendo de esperanza y de alegría. hoy, al abrir los ojos. Qué amargura. Oh, cuánto habrá sufrido, al comparar la horrible desventura con las delicias del hogar perdido. Otra vez oye acordes de un piano que salían de la parte del castillo habitada por su gobernador y reconoce en ellos una dulce y popular capción cubana: La bayamesa, y al recordar cuántas veces, en época de felicidad, la oyera cantar a su esposa, gime. Conozco esa canción, ecos perdidos sus notas son, de plácidas historias que a sus dulces y lánguidos sonidos desde mi edad de fáciles victorias están acostumbrados mis oídos. Qué cosas al espíritu agitado no dirán esas voces gemidoras?
Qué no dirán al triste encarcelado hablándole en el ansia de estas horas de alegres tiempos del amor pasado. Una vez piensa en la hora en que partió de su hogar, lleno de esperaozas y de buenos deseos y en la niña amada de quien no se despidió, y en versos tan graciosos y mo.
vidos que parecen salir de un alma en fiesta, cuenta. Te despides, al partir de niña. No, por Dios, que por no hacerla sufrir me iré, sin decirle adiós. Si llama al padre, al tornar de la escuela. qué dire. Que por no verla llorar, sin verla, el padre se fué. Si después que yo muera al hogar de un amigo mi huérfana, infeliz y pordiosera. llega, implorando protección y abrigo, y albergue hospitalario encuentra en su desgracia, yo saldré del sepulcro solitario y al buen amigo le daré las gracias. cuando las graciosas aves emigrantes, que viven en los desconchados de los muros, rondan su reja de presi diario, compone su rondinela, la poesía más tierna y jagaetona, como el mismo revolotear de las golondrinas, que ha quedado eterna como su pena y su nombre: Mensajera peregrina que al pie de mi bartolina revolando, alegre estás.
de do vienes, golondrina?
Golondrina, donde vas.
Hás venido a esta región en pos de flores y espumas y yo clamo en mi prisión por las nieves y las brumas del cielo del Septentrion.
Bien quisiera contemplar lo que tu dejar quisiste!
iQuisiera hallarme en el mar, ver de nuevo el Norte triste, ser golondrina. y volar. Quisiera a mi hogar volver, y allí, según mi costumbre, sin desdicha que temer, verme al amor de la lumbre con mi niña y mi mujer.
Si el dulce bien que perdi contigo manda un mensaje cuando tornes por aquí, golondrina, sigue viaje, y no te acuerdes de mí.
Luego, cuando abre los ojos en las mañanas doloro.
sas de la prisión exclama: Despierto, oyendo angustiado que la voz de un ser amado me llama, con ansiedad, y en el sitio acostumbrado busco el lecho de Piedad. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica.