148 72 Repertorio Americano ya abuecando linos, ya pulsando cuerdas. y los ritmos amplios que hay en el discurso de los oleajes y de las mareas. entre los peñascos de la playa, dejan las resacas ostras y crustáceos cuyas fastuosas corazas al Sol reverberan.
IX En las teogonías tropicales, fuera como un dios este hombre, que la sal no en vano y el yodo olfatea, desde los peñascos en que desdeñosas.
su cristalería las olas revientan. Será un dios anfibio de alguna de tantas religiones muertas?
De pronto, vacío resalta en la arena, caracol enorme que sus oprimidas curvas desespera en un temblor como de afán imposible o en un torbellino de estrofa dantesca: no en vano en su boca, que uno de los labios lascivo descuelga, luego habrán de oirse los hondos rumores de las olas que urden palabras secretas; porque el retorcido caracol pudiera ser la cornucopia que, en los siglos, vuelca la emoción pagana con que, en voluptuosos éxtasis, sonrien cielo, mar y tierra. XIV Tal, a veces, cuando de las aguas surge y encima se sienta de un peñasco, donde, con són fatigoso de fuelle, suspira. resopla. jadea. pensar suele que una repentina ola le estalla en las vegas, y, desvaneciéndose en sudores fríos, un vapor de espumas sube a su cabeza: entorna los ojos; palidece; tiembla; y este hombre, en el mismo vértigo que sufre, como ve que empiezan a girar en una danza pavorosa, cielo, mar y tierra, quizás se imagina ser en tal instante el centro de toda la Naturaleza.
Fuera de la rada que amplía sus formas de herradura, fuera de esas aguas suavemeute recogidas en el hueco de una concha gigantesca, su perfil arrastra por el borizonte suntuoso navío que de su humareda tras de si dejando va jirones, como quien entender se hace con palabras sueltas. o deslízase, otras veces, orgulloso de sus louas épicas, bergantín fantástico, en cuya silueta parece que algo habla de piraterías, de romanticismos y de cosas viejas.
XI ¿Será un dios anfibio de alguna de tantas religiones muertas. Será el dios del Golfo, donde el mar simula meditación de alguien que se reconcentra en el misticismo de una vida intensa?
XV XII Este hombre ama el Golfo; porque en el refugio del Golfo, las aguas del mar son más bellas, se hacen más azules y en cobrar se obstinan mayor transparencia.
Es en los rincones de las ensenadas donde el mar se encierra con afán de artífice.
a cuajar sus perlas, cual si fuese monje que a labrar custodias se aislase en la dulce quietud de su celda.
Las naves que cruzan por el horizonte, en su marcha el fúnebre augurio proyectan de las tempestades y de los naufragios en las soledades azules y eterpas.
Así este magnífico hombre de las playas tropicales tiembla cuando pasa un buque por las lejanías con rumbo hacia donde quizás nunca llega.
El pavor que infunde lo desconocido su espíritu inquieta; y, al pensar en viajes trágicos por roncos mares, a sus costas nativas se apega, como el egoísta molusco a la peña.
XIII XVI En las ensenadas recogen los ojos de este hombre la fresca visión de un mar límpido, en cuyos añiles la espuma blanquea al redor de islotes, que son como grupos de frutas servidas en amplias bandejas.
Dientes enfilados de arrecifes bruscos, desgarran cual sierra las olas; y sobre los cielos que fingen pantalla de seda, salpican su mancha las sombras chinescás de los alcatraces, que con largo pico las aguas perforan y tijeretean y que, al fin, clavados contra algun islote, se ensimisman como figuras de cera.
En la superficie del mar. que esplinático al vaivén se entrega, peces voladores rasgan como flechas el aire y sacúdense en lo alto y chispean. Las nativas costas. En un mar tranquilo. que sus fatigadas ondas hamaquea, bajo de un sol cuya majestad difundese en una despótica y sensual pereza, crepitante lancha va porfiando sobre las espumas crespas, como viejo lobo que pusiese en fuga rebaños de ovejas.
Es obsesionante la impresión nerviosa de cuando revienta el afrodisíaco hervor de las blancas espumas al frote de la quilla trémula. veces, la lancha recoge en las ondas red que, inflada, enseña, por entre sus bilos, cien peces de plata mintiendo un profuso temblor de monedas.
Otras veces, como si movido fuera por resorte oculto, desde el fondo briaca de la lancha el hábil pescador de perlas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica