Repertorio Americano 23 149 XVII.
Yérguese en la popa, dominando entonces la anchura serena del mar. Su estatuaria desnudez relumbra, por el Sol lamida; y hay en la inocencia de su gesto olímpico, un donaire augusto y elegante como de confianza plena.
Buzo que no ciñe goma impermieable ni máscara férrea, en los apretados dientes luminoso cuchillo sujeta, con que el vientre enorme del monstruo marino largamente rasga si se le atraviesa y con que más tarde ya abriendo las conchas coino amante bastiado de iniciar doucellas.
Tal cual pez inmóvil, hondamente piensa.
Tal cual se abandona y arrastrar se deja por las subuiarivas corrientes, a modo de una hoja seca. mil diminutos peces cabrillean en más de un confuso tropel, del que saltan puñados de chispas y de lentejuelas.
Su cotillón bailan mimosas parejas.
Su ajedrez los pulcros hipocampos juegan.
Las medusas lucen sus desconcertantes máscaras en una ficción de tragedias.
XXI XVIII Tal, con el cuchillo dentro de los firmes dientes, se endereza: juntas se diría que en oración muda sus manos eleva; y, un instante solo, su figura toda, plegándose, asienta en los sacudidos talones, a cuyo gimnástico golpe la lancla retiembla. en un salto fingese el zigzag de uu látigo o de una centella! entre un laberinto de algas se descuelga, violando flotantes jardines, el buzo, que alarga la diestra segura a un peñasco todo estremecido de fosforescencias; substrae una concha; y, hacia lo alto, busca salida, llevando las pupilas ciegas por un golpe como de explosión eléctrica.
El buzo en los aires dibuja una flecha, que sobre sí misma da, al fin, una vuelta; y se mira cómo logra él de cabeza sumirse en las aguas, en las que, entre un brusco círculo, hacia el fondo, rápido penetra.
XXII Cuando surge el buzo, jactancioso eleya dentro del crispado puño leve concha cuajada de perlas, cual si se dignase la divina gracia florecer en lo alto de la humana fuerza.
XIX XXIII tal zabullida, las aguas profundas separanse como cortinas espesas y van desdoblando brillantes visiones, en las que hay hervores de escamas frenéticas.
Urdese el capricho de un caleidoscopio, donde exalta el iris la fuga violenta de peces que corren en un estallido de luces en fiesta.
Embriaguez de opio parece que rompe con mano colérica el escaparate de una joyería, de cuyos estuches se escapan las piedras preciosas, brincando cual si salpicaran.
el delirio de una fiebre aladinesca. Más tarde, al abrirse la concha de nácar, mostrando una lilera de dientes pulidos, copiará en su estuche la boca risueña de una virgen india o una diosa griega.
Tal sonrisa es como la que hay en la boca de Pandaia, cuando Vichnú en la leyenda las perlas descubre. y el gentil regalo le bace de una de ellas.
Tal sonrisa es como la que hay en la boca de Afrodita, cuando, por la vez primera, en el cristal limpio del mar reflejada su fascinadora desnudez contempla.
XX XXIV ¡Oh las perlas blancas. Dientes tan pulidos como los de Eva, cuando la sabrosa manzana mordiera. Oh las perlas blancas!
La blancura esconde quizá, en su pureza, voluptuosidades en que las palomas mienten en sus nidos senos de doncella.
Peces de colores sosláganse apenas, y una como fina raya de diamante en el cristal puro de las aguas dejan.
Otros van girando, como si la cola morderse quisieran, con el voluptuoso placer con que él mismo zodíaco oprime la celeste esfera.
Peces que, de súbito, en zigzag se cruzan mienten estocadas que relampaguean.
Hay, a veces, loco trajín de princesas encantadas que huyen, tiempo ha, perseguidas por machos bravíos, en cuyas aletas escalofriantes las caricias tiemblan.
Salta un pez y vibra como un latigazo, bajo cuyo golpe las aguas revientan.
Otro, fulminante, que escapa, diríase el baz luminoso con que las tinieblas profundizar logra súbita linterna.
XXV Blancuras, blancuras, blancuras eternas: nieve en las alturas y astro en las tinieblas. Oh puras blancuras de las inocencias: ramo de azalares y vellón de ovejas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica