Repertorio Americano 113 VIAJERO ILUSTRE Es STUVO entre nosotros el Presbítero en su honor, una oración fúnebre.
Azarías Pallais, poeta nicara. Maestro, su cultivo intelectual es de güense. Su humildad, quizás excesiva, un refinamiento clásico, como que hizo que no se diese a conocer de los in estudió las letras latinas y griegas en telectuales, excepción hecha del maes. el liceo «Luis le Grand. con tal pro.
tro Valencia, por quien profesa el poeta vecho que, luego, explicó en el aula una verdadera veneración.
esas lenguas sabias.
Amigo íntimo de Darío, tuvo el Actualmente es profesor de litera.
doloroso placer de estar cerca del le tura en el Instituto Nacional de León cho mortal del panida y pronunciar. Nicaragua. Poeta, ha publicado dos tomos de versos: Espumas y estrellas y la sombra del agua, libros que en el sentir de los críticos, son «sencillamente admirables. prepara la edición de su tercera obra Los caminos, que prologará Valencia. Sacerdote, convencido de lo grande y augusto de su ministerio, es altamente místico, pero con mística revestida de púrpura.
IN MEMORIAM GUILLERMO VALENCIA, SEÑOR DE BELALCAZAR.
AL PADRE PALLAIS Esos tus cuatro niños: Yo no he visto mejor cuarteto; ni tampoco más dulce primavera que tu amor, cielo, donde tu bella compañera es una estrella fija de poemas en fior.
Navega en los silencios del Castillo Interior tu (manoir: los paisajes dormidos en la austera gracia del Cauca, vibran cuando vibra la hoguera del Puracé. Valencia, poeta cazador, dueño de libros raros, y mejor todavía, dueño de un hogar noble, dice tu poesía del libro las penumbras, del amor la visión: El día que a mis puertas llamaste, ob peregrino, signé con piedra blanca, para eternal memoria, eternal, sí, eternal porque un rayo de gloria consagro desde entonces mi ignorado camino.
Llegaste con el blando pisar del pie divino.
Yo, en la arcaica vitela que mi gruta ilusoria guarda, pinto el relato de esta mágica historia del hombre que llegó a tornar mi agua en vigo.
Si hemos hablado un día o un siglo, no sabría decirlo, dulce hermano en la flauta doliente. El placer de estar triste no es la melancolía. Ella y los cuatro piños: por eso tus poemas, en vez de ser oscuros temerosos problemas, son árboles dichosos de suave promisión.
Mientras el mundo corres y vas, de gente en gente, tu nombre resplandece cual nieve de alegría sobre el ya extinto cráter de un corazón ardiente. PALLAIS, Pbro.
GUILLERMO VALENCIA Popagin, de abril de 1920. Popayán, Abril de 1920)
LA ULTIMA VISION LA MEMORIA DE RUBEN DARIO Por sus ojos, cansados de recoger el brillo nocturnal de las urbes, pasó un último afán: ver el paisaje, a un tiempo misterioso y sencillo, de aus nativas tierras bosque, lago y volcán. Qué golpe de recuerdos no le sacudiría el alma, en un espasmo de intensa poesía, al ver ya moribundo cuanto al redor había visto con los ingenuos ojos de su niūez!
Remembranzas nerviosas turbaron su agonía con el afán inútil de cantar todavía y empezar, entre sueños, a vivir otra vez.
iQuién no hubiese querido cerrar sus ojos sabios y penetrar la clave de su última visión. Tal vez cogió la lira; no pudo abrir los labios; pero dejó en las cuerdas temblando una emoción.
Una emoción de verso tiembla en la despedida que se le da al paisaje primero de la vida, donde un día rompiera la primera caución: verso que el bardo agónico aprisionó en la almohada, escuchando el latido, con la sien apretada, que al través de las vegas le enviaba el corazón.
el misterio, el ambiente ritual y ensimismado, el hermetismo gravemente sacerdotal.
El lago dió a su verso transparencia y anchura.
Las imágenes limpias nadan a la ventura en su verso, cual francas desnudeces, que, en vago giro, flotan y súmense en un agua tan pura que se les sigue viendo sobre el fondo del lago.
Én el azul, a veces, sigzaguea la albura espiritual y pura de una garza real; otras veces, la muerte se prepara del día.
El lago dió a su verso gracia y melancolía; y él bizo de un carrizo su bechizo musical.
El volcán dió a su verso cierta altivez huraña.
Cuando ofició eu vidente colocó él su misal sobre el altar abrupto de la vieja montaña, que, cual piedra preciosa de brillantez extraña, Hugo encerró en el cofre de un poema inmortal. Momotombo sagrado, Momotombo tremendo: tu Poeta ha escuchado dentro de ti el estruendo de una trompetería para un Juicio Final. Rubén, Rubén: azufre diabólico y nublado patético complícanse en tu última visión!
Para tu sien su fiebre te dió el volcán sagrado y su altivez buraña para tu corazón.
El bosque grave, el lago suave, el volcán fuerte para siempre hoy dormidos en tus ojos están.
Viste juntas las aras del Amor y la Muerte: me lo han dicho tu bosque, tu lago y tu volcán. La Noticia, Madagua. JOSÉ SANTOS CAOCANO El bosque dió a su verso músicas y colores; aleteos de brisas, coqueteos de flores.
Hay en su verso, a veces, inquietantes rumores: ráfagas que buyen. hojas que danzan. interiores ritmos que se insinúan apenas. y tal cual son enérgico, cálido, imponente y marcial, en que, sobre los siglos, se escucha, entre fragores metálicos, el rouco tamboril del chontal.
El bosque dió a su verso lo que nada le ha dado. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica