AMAUTA 13 la marmita de sopa de centeno; llenaban sus platos con ja.
rros colmados de leche, después iban a tomar el té dispersando los vascs por todos los cuartos. En la terraza tapizada de hiedra había un visitante, el hermano Donato, de la alquería vecina, con una barba de apóstol, todo vestido de blanco, calzado con pesadas botas herradas: venia de tiempo en tiempo para hablar de caballos. Donato rehusó el té y tomó leche. Lo recibía Semión Ivanovitch. El cielo moría cubierto de ruinas ardientes. Una perdiz silbaba solitaria y triste en los macizos próximos a la terraza vi ti vi ti trs.
Semión Ivanovitch, vestido de blusa, viejo también, se instaló como un joven sobre la rampa, con los brazos cruzados, la cabeza contra una columna. Donato estaba sentado sobre una mesa, tranquilo y derecho con las piernas cruzadas. Vosotros no reconoceis la guerra? le preguntó Semión Ivanovitch, secamente, como siempre y con una imperceptible malignidad. No tenemos necesidad de guerra. Sin embargo me han contado que en una de vuestras alquerías se había encontrado a un kirghis degollado y he oído decir también que dais refugio a los ladrones de caballos. No sé de que cascs quereis hablar, respondió Donato con calma. Muchos lobos rondan en la estepa y no es posible confiarse. Hemos sido exiliados aquí bajó Catalina y vivimos como hemos vivido hace treinta y cien años, sin ningún cambio, regulándonos según nuestras propias tradiciones. Es por esto que no tenemos necesidad de ningún cobierno, ni de ningún ejército. Petersburgo es un parásito.
Yo me atrevo a pensar que el pueblo viviría mejor sin tutela.
Tendría tiempo de reposarse y de reflexionar. Agrupándose el pueblo puede vivir todavía un millar de años. Pero, los robos de caballos. preguntó Semión Ivanovitch interrumpiendo a Donato e irritándose imperceptiblemente. Os digo que no sé de que casos hablais. Nadie ha visto semejante cosa. Sin embargo yo creo que si se atrapase a un ladrón de caballos se le mataría. Yo creo que se le mataría hasta con crueldad. veces los kirghis cojen un ladrón de caballos. Entonces lo agarrotan, lo meten dentro de uni montón de heno y lo queman vivo. Nuestras costumbres son bastantes crueles, señor.
En el cielo, ardientes ruinas se derrumbaban y se apagaban, cubriéndose de cenizas. Fuera, en el corredor, los carneros balaban y el foete chasqueaba. La perdiz se calló.
En el salón se encendió una bujía. Las mariposas volaron hacia ella por la puerta abierta. Los grillos cantaban. lo lejos un relámpago brilló sin que se oyese el trueno. La noche caía rápidamente.
Va a haber tempestad, dijo Donato; después de un silencio habló de otra cosa sin abandonar su inmovilidad.
Miro vuestros cultivos señores. No valen nada. Malo, muy malo. No se sabe trabajar. Las jóvenes no se ocupan de estas cosas. No hay amor ni cuidado. Los cultivos no valen nada. Se hace lo que se puede. respondió secamente Semión Ivanovitch. No se aprende de golpe.
Irina, en traje blanco, con una bujía en la mano, vino a la terraza. Puso la bujía cerca de Donato, que la miró con atención, sin que ella bajase los ojos. La bujía la alumbró de costado. La pupila de Irina se encendió con pequeñas llamas rojas. Semión Ivanovitch, los camarados tienen una pequeña reunión en la sala de lectura. dijo Irina. Yo me quedo con nuestro visitante.
Semión Ivanovitch se levantó. Donato le dijo cuando salía. Habeis hablado de ladroues de caballos. Los ladrodes de caballos se dejan cojer a veces. Es verdad. Nosotros vivimos como se vivía hace cien años. En tanto que vosotros habeis venido de Petersburgo cuando éste ya se había vuelto un parásito, es decir en un momento bien molesto.
Nosotros consideramos Petersburgo terminado desde tiempo. Se ha vivido y se continuará viviendo sin él. Excusadme, voy a volver dentro de un instante, dijo Semión Ivanovitch, y salió.
Irina tomó asiento cerca de la columna. Hubo un silencio. Una pesada nube venía del sur relampagueando y tronando odiosamente: Hacia una noche negra. El aire era dulce y asfixiante. Las mariposas revoloteaban al rededor de la bujía. En el salón, Victor tocó algunas notas al piano.
Derrepente, a lo lejos, detrás del castillo, alguien silbó con un silbido breve de bandido, probablemente con sus dedos.
Donato e Irina prestaron oído. Donato escrutó la noche y bajó la cabeza. Irina se alzó, permaneció un momento sobre las gradas de la terraza y descendió en la noche. Regresó pronto, entró en la casa y volvió a salir con un impermeable, desnudos los pies, para perderse de nuevo detras de la terraza. La lluvia comenzó a caer a gotas gruesas; algunas ráfagas silbaron; los follajes palpitaron como en otoño, el resplandor de la bujía vacilo, las columnas de piedra y las locetas parecieron estremecerse, la luz se apagó.
Semión Ivanovitch pasó por los cuartos oscuros a la sala de lectura. Dos bujías ardían; sobre los carapés, en las ventanas, en el suelo, los miembros de la comuna estaban sentados en actitudes libres; todo el mundo fumaba; hombres y mujeres tenían blusas azules. Cerca de la mesa estaba, con un aire indiferente, el camarada Constantino. Semión Ivanovitch se sentó delante de la mesa y tomó un lapiz. De qué se trata, camarada? preguntó.
Kiril respondió de su rincón donde estaba instalado cerca de Ana. Queremos resolver una cuestión de princípio. El camarada Constantino al partir a la aldea, ha tomado de la caja del camarada Nicolás un par de polainas nuevas, sin haber advertido a éste. No le ha devuelto las polainas y ha disimulado el hecho. Sin duda, las polainas no son una propiedad del camarada Nicolás, pero este gozaba de su uso. Cómo calificar este hecho. Yo considero esto eomo un robo, dijo Nicolás. Veamos camaradas. Esperad. Vais demasiado a prisa, replicó Semión Ivanovitch y se puso a tamborilear sobre la mesa con sus dedos flacos. Primero hay que establecer un hecho y un principio.
Semión Ivadovitch habló largamente, después hablaron Kiril, Constantino, Nicolàs, Olga, Pietro, y la cuestion acabó de embrollarse. Se supo que había antecedentes; que Constantino y Nicolás habían reñido y que Constantino tenía una necesidad absoluta de polainas, mientras que Nicolás poseía. demasiadas. Fuera rugía el trueno, brillaban los relámpagos y libres silbaban la lluvia y el viento. Extenuadas mariposas giraban tristemente al rededor de las bujías. lo largo de los muros lucian, con un destello pálido, los dorsos de los libros y los vidrios de las bibliotecas. La atmóstera estaba oscurecida por el mal tabaco de las estepas, preparado bien o mal en la casa. Hacia el fin de la sesión, Semión Ivanovitch tomó de nuevo la palabra, para decir que allí donde habia una verdadera fraternidad, la cuestión del robo no podía plantearse siquiera, sin que ésta fuera sin embargo una decisión de principio.
En fin concluyó. Camaradas, antes de levantar la sesión debo participaros otro hecho. El camarada Victor se casa con la camarada Irina. Me parece una cosa de buen sentido. No hay otras comunicaciones?
Nadie tenía nada que decir, todo el mundo se levantó bulliciosamente, y cada uno volvió a su cuarto.
Víctor, en pié desde el alba, permaneció todo el dia cargando con una carreta el estiercol para el abono, agobiado de calor, todo sudoroso, la mirada exánime de fatiga. la hora del reposo, en lugar de ir a dormir la sieste, se puso al piano: Dios, le había dado un bello talento.
La música debía reconfortarlo. Su improvisación expresaba el bordoneo de los tábanos y el silencio desolado de las astepas, su langor y su tristeza. Cuando la campana anuncló el fin del reposo volvió a cargar el estiercol agotado por la fatiga, encendido de calor. En la noche tocó de nuevo, dando libre curso melancolia. Arrancaba al piano sones enternecedores de debilidad resignada, quejosos como el grito de una perdiz herida. El salón estaba silencioso.