José Carlos Mariátegui

36 AMAUTA de oro. Entre las manos, posadas sobre el pecho, el pañuelo con las monedas exigidas de los muertos por los aduaneros que les abren las puertas del más allá. Por encima el sudario.
Y, yo, Spilca, quedo de pie, sobie el suelo, y miro todo eso, como los otros. Estaba escrito, me dijo la tía; desde antes la pobre lo sabía. Ella lo esperaba. anteanoche, mientras que ella recogía heno, sola, en el campo, él vino de improviso, la ha arrastrado en el bosque y se ha reido de ella.
Mi pequeña Sultana no ha podido soportar la ofensa. De noche, no sé cómo, ha disuelto las cabezas de ocho cajas de fósforos y ha bebido el veneno. Ha muerto anoche, después del toque de vísperas, sin querer tomar leche para vomitar. Estaba escrito. Al menos, descanzará al lado de sus padres. Ellos la llaman quizá. Los muertos no gustan quedarse solos.
Ahí dentro, la anciana tomó los cirios de matrimonio, los desenvolvió, los encendió y los puso a la cabeza de Sultana, cuya faz de cera se volvio más blanca todavía cuando las dos grandes llamas deslumbraron el cuarto. Después, se arrodilló y pronunció con voz firme: Padre nuestro que estás en el cielo, hágase tu voluntad.
Todos los aldeanos la imitaron. Yo fuí el único en quedar de pie, en no decir nada, en mirar a mi novia inundada de luz. concluira. La traducción del francés ha sido hecha por Eugenio Garro. NOTAS: HORA, dariza típica de los aldeanos de Rumanía. BUISTRU, marcha danzante, gallarda, hecha sobre el paso llano. BETEALA, onda de hilos de oro y de plata forjada, que cubre el semblante de la joven desposada. SALBA, collar de aldeana. Qué es lo que tenéis con tanto mirar los cirios. Cirios de matrimonio! Se diría que nunca los habéis visto. Son gruesos, dijo un aldeano evitando encontrar mis ojos. Si gruesos. pesados, quizá.
Mucho.
No dijeron nada más. Ensayé engullir un poco de pan, beber un trago de vino. No quizo pasar. Me levanto y parto.
Afuera era casi de noche. Había descansado, pero los cirios estaban pesados de nuevo. Cambio incesantemente de brazo sin resultado. todavía dos leguas hasta la casa. El camino estaba solitario y lodoso. Mis orejas silvaban ora una, ora la otra, seña de que alguno hablaba mal de mí. Saco mi cuchillo de la funda de atras, lo abro y lo dejo colgar contra mi muslo derecho. Pero, cuán fatigante es en todo tiempo acechar en torno de sí! El cuchillo suspendido en su correa, me golpeaba el muslo a cada paso que daba. Me parecía que hacía un hueco en su dirección. Lo cierro y la vuelvo al cinto. Justamente en ese momento, en la noche negra, un macho cabrío, todo negro también, surgió a dos pasos de mí, atravesó el camino y desapareció. aunque yo sepa bien que es un macho cabrío como todos los machos cabríos, uno verdadero que su dueño busca por todas partes, me dije, en alta voz. Es el diablo!
Levanté la mano derecha para persignarme. La mano estaba pesada como el plomo. Pensé. Era el diablo. El que me impide persignarme! estos cirios que se vuelven pesados y no se ya como tenerlos.
Quiero volver a abrir mi cuchillo, pero no puedo, mi pulso es demasiado débil para vencer la resistencia del resorte. Un signo más de la presencia del Impuro! la noche es tan negra que me duelen los ojos.
Al fin, puse mi zurrón en el suelo, apoyé los cirios de pie contra un árbol de la alameda. Entonces me di cuenta que seguía un camino falso, paralelo al directo; los árboles son chopos tiernos, derechos y casi tan desnudos como los cirios. Todavía cirios. Toda una alameda! De tristes cirios, apagados y negros. No, me dije, esta noche, se acabará mi vida.
No moriré despedazado por un torrente como un bravo plutache; moriré de pavor como un baba!
Llegué, sin embargo, a volver a abrir mi cuchillo y a persignarme tres veces. Vuelvo a tomar todo mi cargamento. héme allá chapoteando en el lodo de un campo que cortaba para alcanzar mi camino. De súbito, dos ojos brillaron y avanzaron hacia mi. Senti encogérseme el corazón. Alforja y cirio se me escaparon. Grité. Mamá, a. a!
Un ibe e e! me respondio. Los ojos brillantes desaparecieron.
Tarde de la noche, llegué cubierto de lodo y sudoroso. La casa de Sultana estaba muy iluminada, ardían bastantes cirios. De lejos veía la tinda abierta y repleta de gente. Eso es, dije, la tía ha muerto. Ahora sé el por qué de todas las señas de desgracia en mi camino.
No sabía nada del todo, porque la vieja estaba allí, de pie, en la habitación grande, ocupada, los ojos secos, en refinar los adornos de mi novia que, ella misma, estaba acostaba sobre las dos mesas de manteles deslumbrantes, arreglada con todos sus adornos de matrimonio, más bella que nunca en ese marco de cirios de llamas vacilantes alumbrando su semblante pálido, blanco, desca nado por las garras de la muerte. Las largas pestañas rubias no parpadearían más. No debía más volver a ver los ojos claros y francos. La guirnalda de azahares coronaba su frente lívida, sobre la cual pensaba poder, el domingo siguiente, depositar ante el altar, el beso sagrado. La cabellera suelta y partida en dos bandos, corria a lo largo del cuerpo, rígido, se mezclaba y se confundía con la bateala de hilo AMAUTA REVISTA MENSUAL DE CULTURA DIRIGIDA POR JOSE CARLOS MARIATEGUI Doctrina Arte. Literatura Polémica Con Amauta recibirá Ud. Libros y Revistas. Valor de la suscrición en Lima y provincias: por un año, 00; por un semestre 20. Si quiere Ud.
apoyar este esfuerzo cultural e ideológico, pida Ud. desde ahora su suschción a Sagástegui 669 o Casilla 2107 Lima, Se abre una suscrición especial Amigos de Amauta a la edición de lujo, numerada, en papel Snov. de esta revista. El valor de esta suscrición al año es de 10. El precio de cada ejemplar de la tirada es de Invitamos a las personas que simpatizan oon esta revista a susoribirse en el grupo de 66 AMIGOS DE AMAUTA