AMAUTA 23 a la emoción. El pintor quiere servirse de su arte para expresarse a sí mismo, para verter en la tela sus estados de alma. Esta actitud explica la serie de ensayos, de fracasos, de magníficos logros que el expresionismo, el cubismo y el futurismo, con diversas teorías y un mismo anhelo, han puesto a su crédito. El ansia de expresarse a sí mismo es en el artista tan digna de aplauso como la obra de representar el mundo exterior. Es más aún. Entre los antiguos pintores y los expresionistas no había más diferencia que el estado consciente de los segundos. Sin saberlo o a sabiendas todo artista, sea con la palabra, el mármol, la línea o los colores, se expresa a sí mismo er las obras de arte.
Los hay que trataron de eliminar su personalidad en las creaciones de su fantasía, logrando tan sólo ahondar la huella que dejaron en ellas su sensibilidad y su inteligencia.
En la frase de un artista vienés que hizo de la mera palabra el instrumento para comunicar sus emociones de poeta en prosa, están la teoría nueva del arte pictórico y la diferencia entre los académicos y los expresionistas. Peter Altenberg dijo: El pintor occidental quiere pintar la primavera y le sale un árbol; el japonés quiere pintar una rama y le sale la primavera. Esta impresión de vida completa y renovada dan las telas de Emilio Pettoruti. SANIN CANO.
Buenos Aires.
Retrato de Xul Solari virtud se ejercitaba en la representación servil de la naturaleza y del hombre. Naturalismo no correspondía a la bella fórmula de homo additus naturae. segùn la cual el oficio del arte era poner al hombre en capacidad de agregarse a la naturaleza. Los naturalistas servían, según expresión de su apóstol, rebanadas de vida. El impresionismo, usando a las mil maravillas de los descubrimientos hechos por los investigadores de la física de los colores, se adaptó sin saberlo, con demasiada fidelidad a las teorías literarias que llenaban el aire de París y de Medan. Los expresionistas, aceptando las verdades adquiridas en la refriega impresionista y llenos de respeto por las obras de valor eterno que se deben a los pintores de esa escuela gritaron, contrariando la admonición ginebrina, separémonos de la naturaleza. Fué poco decir. Separarse de la naturaleza, sin decir hacia qué meta habían de encaminarse, nada significaba. Los teorizantes, un tanto ofuscados con la magnitud de la fórmula separatista, trataron de buscarse un punto de mira y dijeron que alejándose de la naturaleza se acercaban a la imagen. Otra vez a la imagen fué su grito de guerra. El lema resultó, como lo prueba Paul Fetcher, en su estudio sobre el expresionismo, incompleto y ocasionado a lamentables desvíos. Huyendo de la naturaleza y regresando con impetu en busca de la imagen, cayeron los nuevos pinceles en las fáciles incontinencias de lo decorativo, redes falaces de donde no habrían salido nunc si 110 hubiera venido alguien a librarlos de las tentaciones de la estilización cambiando aquel grito por este otro: Otra vez El Garda, acuarela