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AMAUTA 27 LA IGLESIA CONTRA EL ESTADO EN MEJICO POR RAMIRO PEREZ REINOSO la reaparición oportunista de una plutocracia vencida, congruente en todas sus líneas con la falanje clerical, que ha incitado al pueblo creyente a hacer de la fé el escudo de la retrovolución, se ha llamado en México conflicto religioso. Un conflicto religioso donde no hay dos creencias que contiendan ni una fe que se rompa contra el muro sofistico de una incredulidad! El articulado eclesiástico de la constitución de 1917 es arreligioso precisamente para garantizar la libertad de creencias.
Por primera vez un servicio público como es el del culto iba a ser controlado por las leyes de la nación. Pero este derecho legítimo que consagra en un punto hasta ayer olvidado la soberanía nacional, pareció duro y humillante para quienes estaban acostumbrados a jugar sobre toda ley y fuera de toda obligación con la conciencia de las masas ignorantes y con los enormes intereses materiales acumulados por la fé, y acostumbrados también a creerse con derechos semidivinos a todas las garantías y libertades que tuvieran en gana desear.
Un régimen político animado del más alto amor patrio y que tiene la valentía de darse la responsabilidad de los nuevos destinos del pueblo mexicano, no podía haber dejado de fijar su atención en el ejercicio de las iglesias ya que el culto es una de las grandes fuerzas que conforman el alma popular y que es necesario acudir al alma popular para afirmar la nueva realidad política nacida después de tres lustros de luchas sangrientas.
La retrorolución clerical aparece saturada de odios partidistascomo lo firman las actividades de antiguos caudillos puestos a su servicio porque solo la vuelta al antiguo régimen podría asegurar al clericalismo mundano en sus viejas y ambicionadas posiciones de dominio.
Este es el fondo del pseudo conflicto religioso.
Como esencia del gran refuerzo cultural y de justicia económica los gobiernos de Obregón y Calle habían dado a México un hondo sentimiento de nacionalidad, un patriótico afán de engrandecimiento moral y político, puesto que las reformas obtenidas sólo podrían ser desnaturalizadas por maquinismos extraños al verdadero pueblo mexicano. Por esto es que América admiró y admira el hermoso espectáculo de la patria azteca, cuya nueva mañana se hace ejemplo de realidades fecundas.
Nadie dejará de comprender, pues que la retrovolución clerical dirigida desde Roma o desde los Estados Unidos extirpará esa aurora para readaptar a todos los mejicanos a los viejos moldes llenos todavía con la sangre derramada en tantos años de batallas fratricidas.
Por otro lado, pretender que el espíritu de la reforma social, que es eminentemente cristiano, que está empapado en aspiraciones casi místicas de mejoramiento colectivo, pase indiferente a la vera de una institución cargada de las más grandes responsabilidades históricas como es la Iglesia romana, no es más que hacerse cómplice de las más incisivas dudas de todos los tiempos contra esa Iglesia. No aceptar el roce necesario de la corriente fresca, pura y enérgica del espíritu contra las vallas vetustas e infinitamente retocadas de la institución romana, es mostrarse tan insensible como un fanático de la infalibilidad de los hombres que la sirven. tanto más ello debería ser accesible a los católicos intolerantes cuanto que la Revolución está en América. para satisfacción míaalejada de toda tendencia disolvente o comunista internacional y cuanto que ella realiza con su más cálido fervor una búsqueda delos senderos instaurados por Cristo y por los grandes hombres humanos y divinos de la Iglesia cristiana. Todo lo demás es haber desertado del verdadero Dios y de la verdadera fé para entregarse a la práctica y defensa de sensualismos litúrgicos, de supersticiones idólatras, cuya inutilidad frente a los ideales de justicia y de mejoramiento social no admite ya discusión en nuestros días.
Las aspiraciones juveniles en la América nuestra tienen precisamente un carácter de reedificación de las patrias sobre el acervo autóctoco de creación de un alma propia, incontaminada y soberana. Este es el magnífico aspecto que se va observando en la literatura, en el pensamiento, en el arte y ya también en la política.
En total un proceso de exaltación de las nacionalidades en lo que tienen de propio y de inconfundible, cuyo programa la Iglesia católica para asentar sus prestigios habría querido para sí, pero que su ineptitud y la vetustez de sus métodos hicieron perder. Dónde está, pues, el conflicto de aspiraciones religiosas, humanas y nacionales que la clerecía católica se esfuerza por hacer resaltar cuando un gobierno o un régimen social, convencido de los derechos de su pueblo a una vida, más luminosa y justa establece un plan de reformas políticas y sociales o lo aplica siguiendo fielmente el dictado de las leyes?
Tal es el caso de México. El presidente Calles defiende un gran programa de progreso nacional cuyos principios son redentores para la inmensa mayoría del pueblo mejicano, y entre los cuales está el de la cultura extensiva y que es el más temido por la clerecía romana, por razones que sería ingenuo repetir.
Principalmente restringe la constitución de 1917 la cantidad de conventos, de iglesias y de servidores de todos los cultos; reglamenta también la nacionalidad de estos últimos haciendo con ello declaración práctica, y, en el fondo espiritual, en favor de la patria mexicana. Se nota fácilmente que todas las restricciones van dirigidas a la cantidad y ninguna a la calidad. Esto indica que una vez más el conflicto está muy lejos de tener esencia religiosa. La fé católica queda intocada y libre; y con su independencia del Estado su iglesia gana además la libertad civil futura porque no la afectarán las fluctuaciones de la política ni tendrá su suerte las subidas y bajadas, que no han hecho hasta hoy más que rebelar los intereses materiales a que se hubo dedicado.
Mientras que el presidente Calles se hace, pues, como ayer Benito Juárez el paladín de la nación, la Iglesia romana, en cambio, con su actitud de rebeldía por motivos de cantidad y no de calidad, no confirma más que su resistencia en los queridos reductos de un coloniaje que en América ha podido perdurar hasta hoy y cuyas cédulas reales dicta ahora no religiosa sino políticamente el Vaticano.
Sabemos muy bien que el papado es la única autoridad que puede provocar en esta vez una intervención extranjera en México, para ultrajar la soberanía de esa gran patria y traer a tierra el verdadero y por eso honroso movimiento nacionalista y redentor que realizan sus hombres de Estado.
La intervención extranjera podría llevar al poder a los actuales enemigos políticos del Gobierno en connivencia jubilosa con la clerecía, lo que vale decir que toda la obra renovadora de los últimos gobiernos quedaría anulada y que se volvería a los equívocos y oscuros tiempos de la patria vieja.
La bandera artificiosa que enarbolan los rebeldes a las leyes es. cuál otra habría de ser. la libertad, el gran comodín que ampara todas las intencionales transgresiones del concepto. La libertad, pero sólo la libertad que ostenta la marca de fábrica del Vaticano; la libertad de conciencia made in Roma. Protestaría y se rebelaría la Iglesia Católica si el gobierno de Calles aplicara esas reglamentaciones sólo a los protestantes, por ejemplo. Por qué pide ahora la libertad de cultos en México, como si de veras estuviera ahogada cuando ayer en el Perú clamó. y protestó contra esa misma libertad?
Yo no sé como se pueda dudar de que un gobierno como el que preside el general Calles, que lucha por ideales inobjetables que concretan la elevación y dignidad de su pueblo contra la anarquía y los intentos retrógrados, no está en su terreno y no cumple como patriota y como responsable de los prestigios nacionales con su deber.