Violence

10 AMAUTA den anatómico, físico o químico. es porque no estaban preparados a reconocer el orden psíquico que lo acogieron con indiferencia u hostilidad. Dudaban evidentemente de que el hecho psíquico sea susceptible de un tratamiento científico exacto. Reaccionando demasiado violentamente contra una medicina dominada por un tiempo, por lo que se llamaba Naturphilosophie, tacharon de nebulosas, fantásticas y místicas, las abstracciones necesarias al funcionamiento de la psicología; rehusaron, además, prestar fé a los fenómenos extraños de los cuales habrían podido partir las investigaciones científicas. Para ellos, los síntomas de las neurosis histèricas no eran sino ficción, los fenómenos hipnóticos, charlatanismo. Los mismos psiquiatras cuya observación se enriquecía sin embargo de los fenómenos psíquicos más extraordinarios y más sorprendentes, no se sintieron inclinados a analizarlos en detalle y a examinar sus relaciones. Se contentaron con clasificar la diversidad caleidoscópica de los fenómenos patológicos, esforzándose siempre por reportarlos a causas de orden somático, anatómico o químico. En el curso de este período de materialismo, o mejor de mecanicismo, la medicina ha cumplido progresos fabulosos, pero no ha dejado de testimoniar su estrechez desconociendo el más importante y el más difícil de los problemas de la vida.
Se comprende bien que esta concepción de la vida mental haya impedido a los médicos interesarse por al Psicoanálisis, aprovechar de la adquisición de sus nuevos conocimientos y contemplar las cosas bajo un nuevo aspecto. Pero se podía creer que esta nueva doctrina se ganaría en cambio la aprobación de los filósofos. No esta ban los filósofos hechos a colocar conceptos abstractoslos mal intencionados dirían: palabras mal definidas en el primer plano de su concepción del mundo? No podían pues ofuscarse sobre este esfuerzo del Psicoanálisis que miraba a extender el dominio de la psicología. Pero aquí se elevó un obstáculo de otro orden. Por vida mental no entendían los filósofos lo que entiende el Psicoanálisis.
La gran mayoría de los filósofos no califican como mental mas que lo que es fenómeno consciente. El mundo de lo consciente coincide, para ellos, con el dominio de lo mental.
Relegan todo lo que hay de oscuro en el alma al rango de las condiciones orgánicas y de los procesos paralelos al plan psíquico. En otros términos, y más rigurosamente, el alma no tiene más contenido que lo consciente. La ciencia del alma no tiene, pues, otro objeto. El profano 11o piensa diversamente.
Así, qué puede responder el filósofo a una ciencia que, como el Psicoanálisis, sostiene que lo ment il en sí es inconsciente y que la consciencia no es sino una cualidad que puede venir a añadirse a actos psíquicos aislados. Responde naturalmente que un fenómeno mental inconsciente no tiene sentido, que es una contradicción in adjecto, y se olvida de notar que este juicio no hace sino repe ir su definición, talvez demasiada estrecha, de un estado mental. Esta seguridad facil, la debe el filósofo a su ignorancia de la materia cuyo estudio ha conducido al analista a postular la existencia de actos psíquicos inconscientes. El filósofo no ha considerado la hipnosis, no se ha esforzado por in terpretar el sueño más aún, halla como el médico, que el sueño es un producto, desnudo de sentido, de la actividad psíquica, amortiguada durante el reposo. sospecha apenas que existen cosas como las ideas fijas y quiméricas y se sentiría muy embarazado si se esperara de él que las explicase según sus hipótesis psicológicas. También el anaista rehusa definir lo inconsciente, pero puede poner en evidencia el grupo de fenómenos cuya observación lo ha hecho postular su existencia. El filósofo, para quien no existe más método de observación que la introspección, no sabría seguirlo hasta ahí. De donde resulta la falsa posición del Psicoanálisis, a medio camino entre la medicina y la filosofía. El médico lo tiene por un sistema especulativo y se niega a creer que repose, como todas las experiencias naturales sobre la elaboración paciente y asidua de los datos de la observación sensible; el filósofo, que lo aprecia según la norma de los sistemas ingeniosos que se ha cons uído él mismo, le reprocha el partir de postulados impobles; y a sus primeras concepciones que comienzan apeas a desarrollarse de carecer de claridad y de precisión.
Todo esto es suficiente para explicar que en los círculos científicos se acoja el Psicoanálisis con mala voluntad o con vacilaciones. Pero esto no nos hace comprender los estallidos de indignación, de burla y de desprecio, el olvido de todas las reglas de la lógica y del gusto en la polémica. Tamaña reacción nos hace suponer que el Psicoanálisis no ha puesto sólo en juego resistencias intelectuales sino también fuerzas afectivas. decir verdad, el contenido de esta ciencia, justifica semejante efecto sobre las pasiones de todos los seres humanos y no solamente de los sabios. ante todo, la gran importancia, en la vida mental del hombre, que atribuye el Psicoanálisis a ése que se llama el instinto sexual. Según la teoría psicoanalítica, los sintomas de la neurosis son satisfacciones compensadoras deformadas de fuerzas instintivas sexuales cuya liberación directa ha sido impedida por resistencias interiores. cuando el análisis, traspasando sus límites iniciales, fué aplicado a la vida psíquica normal, emprendió la demostración de que estos elementos sexuales, cuando son desviados de sus fines inmediatos y dirigidos hacia otros objetos, juegan rol capital en la génesis de la acción individual y colectiva. Estas aserciones, no eran totalmente nuevas. Schopenhauer había insistido en términos de inol vidable vigor sobre la importancia incomparable de la vida sexual. Aparecía así mismo que lo que el spicoanálisis llama sexualidad, no es absolutamente idéntico al impulso que aproxima a los sexos y tiende a producir la voluptuosidad en las partes genitales sino más bien a lo que expresa el término general y comprensivo de Eros, en el Banquete de Platón. Pero la oposición olvidó estos ilustres precursores y agredió al Psicoanálisis como si este hubiese atentado contra la dignidad humana. Se le reprochó su pansexualismo. aunque el estudio psicoanalítico de los instintos hubiese sido siempre rigurosamente dualista y no hubiese jamás dejado de reconocer, al lado de los apetitos sexuales, otros móviles bastantes potentes para producir el rechazo del instinto sexual. Este dualismo del instinto del sexo y del instinto del yo se convirtió, cuando la teoría hubo evolucionado, en el dualismo del Eros y del instinto de muerte o de destrucción. En esta interpretación parcial del arte, de la religión y del orden social en función de las actividades del instinto sexual no se quiso ver más que una voluntad de rebajar las más altas adquisiciones de la civilización y se proclamó enfáticamente que el hombre no tiene sino móviles puramente sexuales. Con lo que se incurría en la precipitación de desconocer que lo mismo ocurre con los animales (que no están sometidos a la sexualidad sino por accesos, en ciertas épocas, y no en forma permanente como el hombre. que no se abía pensado jamás en controvertir la existencia de los otros móviles humanos y que, si estos provienen de impulsos animales elementales, la prueba de este origen no cambia en nada el valor de las adquisiciones humanas.
Semejante espíritu de ilogismo y de injusticia demanda una explicación. Su origen no es dudoso. Las dos bases de la cultura humana son el dominio de las fuerzas naturales y la represión de nuestros instintos. El trono de la so berana, es soportado por esclavos encadenados; entre estos elementos instintivos domesticados, los impulsos sexuales en un sentido estrecho, dominan por fuerza y por violencia.
Que se les quite sus cadenas y el trono es derribado, la soberana pisoteada. La sociedad lo sabe, y no quiere que se le hable de esto.
Pero. porqué este silencio. En que podría dañar la discución? El Psicoanálisis no ha hablado jamás de desencadenar a aquellos de nuestros instintos que serían nefastos a la comunidad; por el contrario ha dado el alarma y ha ofrecido sus consejos. Pero la sociedad no quiere oir hablar del descubrimiento de estas relaciones, porque bajo muchos respectos, no tiene la conciencia tranquila.
Ha comenzado por crearse un ideal de alta moralidad,