GERMINAL Deseo espiritualizarme en los trianones coqueros de aquellas adorables duquesas que, en un siglo de amor y de elegancia, llevaron la galanteria los confesonarios y la religión los camarines; deseo envolverme en el alma del opoponax y de las violetas miedosas de popularidad; conturbar con una subija revelación el ánimo arrobado del abate que acaba de leer un capítulo del maestro Kempis.
Me gustaría reír en la cara histriónica de Coquelin; refinarme en un verso del mis complicado de los discipulos de Lelian; sentirme sobrë los flancos de la Tortajada en los momentos en que casi se echa las faldas a la cabeza, en las vibraciones de un can can desaforado. Diluido en la fresa de unos labios de aristocracia, quisiera divagar una noche primaveral, bajo los árboles que en las avenidas vierten un hálito suave de misericordia, irme luego cierta buhardilla donde hay mucho silencio, poner un poco de miel en la boca desilusionada de aquel buen muchacho quien flaman ef Cristo de Montmarire. Annelo vibrar en una rocalización de la Cavaliere, en una sutileza de Rémy de Gourmont de la señorita Renan; agitarme en las cabelleras leoninas de los bohemios del Barrio Latino, esas cabelleras bajo las cuales bullen las imaginaciones del ensueño como las abejas en un colmenar de Aacadia, Me encantaría galvanizar los nervios de Sarah Bernhardt. eo una de las mayores aposturas frágicas de su vida cosmopolita; impulsar el brazo de Rodia para dar en el mármol un golpe maestro; sacudir un grupo de aquellos degenerados interesantes que celebran los misterios de la Misa Negra en una capillita lo oriental.
He acariciado la idea de pasar por una de las narraciones de Anatole France, de Pierre Loti odc Jean Lorrain, el bebedor de éter, como un viento musical, venido de países remotos donde se haya impregnado de las maravillas de la leyenda. Seria, para mí una fruición derramarme en las lágrimas de las histéricas deliciosas de Etigenio de Castro, de Marcel Prevost de Gabriel Annunzio; afinar el sentido de la enamorada que espera una cita romanesca en un camarin de hadas; correr como una lucecita de rosa por el rostro de aquellas abadesas sugestivas que, sobre una palidez de marfil antiguo, ostentan dos ojos, como dos golondrinas dormidas. Estoy ávido por determinar en un artista supremo un detalle tao liondo, que quien lo sienta, me sienta mi indirectamente correr como una llama por sus venas; un detalle tan